28 abr 2009

LA BÚSQUEDA DEL TESORO

La música de los Beatles resuena en el aire. Ramiro camina sin rumbo por entre la gente. Anda sin reparar en los rostros ni en la alegría de quienes deambulan por la Plaza San Martín en aquella tarde de abril vestida con un otoño que parece haber explotado en pinceladas doradas, naranjas y amarillas en todos los plátanos y acacias que la circundan.

Con las manos en los bolsillos de su gastado jean, una campera negra que por holgada resalta aún más la adolescente delgadez que transporta con paso lento y desgarbado, zapatillas blancas y el pelo desordenado, su aspecto condice con los diecisiete años de aire melancólico que lleva. Los ojos, siempre vivaces y curiosos, de un pálido color pardo, hoy se nublan con la ansiedad de quien busca sin encontrar y la pena de quien mira sin ver los que en realidad anhela. Hace minutos Lennon y McCartney concluyeron Eleanor Rigby y ahora apuran All you Need is Love y el se sonríe, es cierto piensa, todo lo que necesito es amor y sus adolescencia toda se estremece. Si tan solo pudiera encontrarla entre tanta gente, me sería suficiente admirarla de lejos. Es imposible, la plaza está atiborrada de gente que indiferente pasa a su lado sin reparar en lo que siente. Se apretujan en los diferentes entretenimientos de ocasión que llegan a la ciudad para aprovechar el feriado de las fiestas patronales y los pasillos de la plaza se tornan intransitables, niños, jóvenes y adultos presa de una sana alegría se congregan en torno a esas improvisadas tiendas de juegos y por algunas monedas tientan a la suerte para ganar baratijas por el solo hecho de ganarle al azar mas que por el valor del premio en sí. Es la liturgia de las fiestas patronales mezclada con la atávica costumbre de ganarle al destino. Ramiro contempla todo y la busca en cada rostro femenino y en cada jovencita que circunstancialmente se le acerca. Pero no, ella no ha venido, sus amigas acaban de pasar a su lado y le pareció advertir una que otra sonrisa cómplice y algún comentario gracioso pero contuvo sus ganas de preguntar por ella. No es que quisiera disimular pero su conocida timidez retuvo sus ansias de saber.

En estos pensamientos estaba cuando una voz a sus espaldas interrumpió el curso de sus cavilaciones:

  • ¿Che, flaco, dónde te habías metido, te estamos buscando desde hace media hora?. La pregunta partió de Edgardo que junto a José y Jorge caminaban a su encuentro
  • Después de almorzar me vine para la plaza. Estaba dando una vuelta, mintió
  • Tu vieja nos mandó para acá, nos dijo que estabas medio callado y que te fuiste sin saludar. ¿Te pasa algo?. José, su mejor amigo, le preguntaba con sincera preocupación.
  • No nada José, estaba aburrido y me vine para los festejos. ¿Uds. en que andan?
  • Te buscamos porque nos falta uno...
  • ¿Les falta uno para qué?
  • Para la carrera de la búsqueda del tesoro. ¿No te enteraste?
  • ¿La carrera de qué?
  • De la búsqueda del tesoro. La organiza la escuela Normal y a Edgardo el viejo le prestó el auto y te necesitamos porque vos de todos nosotros te la rebuscas mejor.
  • ¿Con qué?
  • Con eso de las preguntas y las fechas.
  • No te entiendo.
  • Mirá, dice Jorge un tanto impaciente por que su amigo no termina de entender en que consiste la prueba. La búsqueda del tesoro es una carrera en la que no solamente hay que llegar primero sino que, además, es necesario responder correctamente una serie de preguntas que te van dando a partir de pistas que te llevan por toda la ciudad buscando las respuestas o los puestos que están estratégicamente diseminados.

    Una luz de esperanza encendió los ojos de Ramiro. La sola idea de deambular por las calles de la ciudad a bordo de un auto multiplicaba su deseo adolescente de ver a Cristina. Su corazón dio un salto y de inmediato respondió:

  • ¿A que hora es la largada?
  • ¿Entonces venís?
  • Si claro, vamos.
  • Bien, así me gusta, apurémonos exclamó Edgardo que dentro de minutos empieza.

Se trasladaron en animada charla hasta el Chevrolet ´69 color naranja del padre de Edgardo, un Súper Sport que estaba detenido en la playa de estacionamiento frente a la plaza, por el lado que da al hotel. Edgardo se sentó al volante, Ramiro a su lado, Jorge y José en la parte trasera. De inmediato Edgardo impartió algunas instrucciones.

  • Vos José, que sos el más rápido te bajas en los puestos para conseguir las pistas. Vos Jorge, que conoces un montón de gente me indicás los nombre o las calles por las que tengo que tomar de acuerdo a las respuestas que se le ocurran a Ramiro.

Edgardo, un par de años mayor que el resto, estaba estudiando en Rosario y, producto de la lejanía había perdido esa memoria inconsciente que los años de permanencia en la ciudad natal nos dan sin tener que esforzarnos en encontrar el dato preciso de quien vive en cada casa y sin necesidad de saber los nombres de las calles. Alcanza con decir al lado de la farmacia o por el lado del club o bien a la vuelta de la casa de mi tía. Así de simple y de fácil. Así de tranquilo y seguro, con esa seguridad que brinda el reconocernos en cada esquina por la que pasamos y que hace que el alma se abrigue con la sensación de pertenencia. En dónde el cartero o el almacenero, que son tipos que sufren como nosotros y a quienes les duelen las mismas cosas, al levantarnos la mano en un saludo fraterno tácitamente nos dicen, con ese simple gesto, que también ellos son de acá a la vuelta y que saben lo que es gastarse las ganas cada mañana en una lucha que, a veces, es desigual

Se detuvieron frente a la Sociedad Italiana en donde todo estaba presto para la largada. Las celadoras de la escuela Normal explicaron rápidamente las reglas de la carrera e hicieron entrega de la primera pista:

Lugar en el cual se arriba a San Jorge desde el aire.

  • El aeroclub dijo Jorge después de abrir el sobre dentro del coche. Edgardo sacó velozmente el Chevrolet enfiló para el lado de la ruta. Ramiro ajeno a todo miraba por la ventanilla y en cada intersección de calles volteaba la cabeza a ambos lados tratando de encontrarse aunque más no sea fugazmente con Cristina. ¿Por qué no estará en la plaza? Tal vez los viejos se la llevaron de viaje aprovechando el feriado o estará en casa de alguna amiga. No puede ser si ellas estaban paseando y no faltaba ninguna de las chicas de tercer año. Me hubiera gustado tanto verla y hablar un rato con ella...
  • ¿Che, que te pasa que estas tan distraído?, lo interrogó José.
  • Pensaba en el premio de esta carrera, respondió rápidamente e incómodo como temiendo que sus amigos adivinaran el verdadero motivo de su parquedad ¿Cuál es?
  • Creo que una cena para los corredores.
  • ¿En dónde?, preguntó Jorge a quien la idea de una opípara cena no le desagradaba.
  • En el Apolo XI, dijo Edgardo.
  • Bueno apurate que esta noche quiero cenar bien, respondió Jorge restregándose las manos con anticipado deleite.

Cuando llegaron al predio del Aeroclub divisaron un grupo de profesores que estaban aguardando al grupo de corredores que rápidamente se acercaba por la ruta. Al detener apenas la marcha Jorge se tiró prácticamente del auto y corriendo llegó a la mesa del primer puesto y tomó el sobre con la primer pregunta y la segunda pista.

  • Dale loco, gritó una vez dentro del auto, andá a la casa del Pichón que preguntan ¿cuál es la fórmula de la aspirina?
  • A esta hora el Pichón está durmiendo dijo risueño Ramiro.
  • No metele que aquellos del Falcon se nos adelantaron.

Con una rápida acelerada el coche retomó la ruta y junto a una larga fila de coches retornaron hacia la ciudad.

  • La aspirina es un ácido pero no recuerdo el nombre, vamos a tener que ir de algún profe.
  • Claro, vamos a la farmacia del pichón, el seguro que nos ayuda.

Así lo hicieron y gracias a la ocurrencia de Jorge fueron adelantando algunos puestos en la carrera. El resto de las preguntas era acerca de instrumentos para medir la presión atmosférica, nombres de próceres o fechas históricas. Poco a poco el grupo de amigos tomo la delantera en la carrera, todos trasuntaban su excitación Gritaban en cada giro del automóvil y cantaba junto a la radio que a esas alturas tenía su volumen al máximo. Todos menos Ramiro que, salvo el desafío intelectual de responder a las preguntas de cultura general que imponía la prueba, no lograba sobreponerse a la desazón de no cruzarse con la jovencita que le quitaba el sueño.

Para ganar tiempo decidieron Jorge y Ramiro bajaran en cada puesto y escribieran las respuestas en un papel utilizando la espalda del compañero como apoyo.

  • La antípoda del polo norte, leyó Jorge poniendo cara de no tener ni idea de que se trataba la pista.
  • La heladería, dijo Ramiro con la cara iluminada, se trata de la heladería, ¿no entendés? La antípoda del polo norte es el sur. La Polo Sur. Arrancá, vamos a la heladería que seguro que ganamos.

En efecto llegaron primero, respondieron una última pregunta y recibieron una tarjeta mediante la cual se los acreditaba como ganadores de la cena en el Apolo.

  • ¿Che, esta noche que hacemos después de cenar? preguntó Edgardo deseoso de armar la salida nocturna
  • Hay baile en la Sociedad Italiana, respondió Ramiro, ¿venimos?, interrogó sin mayor interés y especulando con quedarse en su casa escuchando música lamentándose de su mala suerte, cuando escucha una voz que, dirigiéndose al grupo, les dice:
  • Los felicito, ganaron la carrera.

Era Cristina que con una inmensa sonrisa dirigía sus ojos a Ramiro al tiempo que caminaba hacia ellos junto a sus compañeras.

- Gracias, respondió Ramiro con la cara iluminada y sin dar lugar a réplica dijo a sus amigos, si, esta noche venimos al baile.

Sin advertirlo quedaron solos y decidieron caminar hacia la plaza, en diagonal, rumbo al monumento. La noche caía sobre San Jorge y el movimiento de gente y autos se incrementaba. Caminaron absortos el uno en el otro, ignorando, Ramiro, que la carrera que acababa de protagonizar y ganar era un anticipo, una metáfora de la vida. Desde sus diecisiete años en adelante algo muy parecido a la búsqueda del tesoro lo tendrá como protagonista. No existirán como en el juego reciente, preguntas claras ni respuestas que se puedan leer en los libros. Tendrá contrincantes leales y de los otros. El tesoro, el premio, lo determinará él y su búsqueda no tendrá fin. Solamente deberá cumplir con un requisito. Tendrá que ser digno de su meta y de la manera en que procura alcanzarla. Puede que ese camino sea más arduo pero de seguro llegará con sus sueños intactos.

Héctor D. Vico

San Jorge, Santa Fe

Argentina