22 dic 2010

MAGIA EN EL BOSQUE

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No es necesario una bola de cristal para ver los espíritus en torno a él; siempre
ha tenido la facilidad para atraer lo extraño y misterioso y es que así es su
mundo…un verdadera misterio…
Nadie sabe su edad, ni siquiera de donde viene, a lo sumo tendrá unos 60 años
aunque su porte juvenil da lugar a dudas.
Es costumbre verlo caminar por el sendero que va al bosque, siempre elegante
y con su sombrero de copa, moviendo lentamente pero con energía el bastón.
Dicen quienes lo ven entrar al sendero que parece que los árboles se inclinaran
como saludándolo, incluso que las hojas sueltas forman remolinos en torno a él
como dándole la bienvenida.
Sus incursiones por el bosque a veces duran horas; debido a su extraña forma
de ser muchos aldeanos le tienen miedo y es que a veces es mucho más fácil
temer que dejarse llevar por la curiosidad.
Pero, aún así, un día un par de pilluelos decidieron hacerle caso a esa
curiosidad que los embargaba y, aunque con miedo, lo siguieron.
Tratando de no ser vistos fueron tras él, escondiéndose tras los troncos de los
árboles que el misterioso personaje iba dejando tras sus pasos.
Fue realmente asombroso para ellos descubrir que ése ser tan enigmático tenía
no sólo el don de atraer a los árboles y juguetear con las hojas sino que todos
los animalitos del bosque comenzaban a seguirlo.
Asombrados vieron como los pajarillos se apoyaban en sus hombros y él
parecía hablarles, cuanto más se adentraban en el bosque notaban que más
joven se veía.
Realmente era así…no sólo rejuvenecía sino que su elegante traje se
transformaba en una túnica blanca y su sombrero de copa y su elegante
bastón desaparecían.
Al llegar a un claro se detuvieron, tratando siempre de no ser vistos pudieron
observar que el hombre extendía los brazos al aire y decía unas extrañas
palabras al tiempo que los vientos remolinaban en torno a él y extrañas
figuras comenzaban a aparecer por los aires.
Hasta aquí la curiosidad de los chiquillos ya que el temor pudo más y sin
pensarlo dos veces huyeron despavoridos del lugar, de haberse quedado
habrían descubierto que el misterioso personaje no era otro que un mago
blanco.
Para cuando regresó de su paseo ya todo el pueblo sabía lo que habían visto
los chicos y todos murmuraban a su paso, él sólo sonreía…

Siempre estuvo al tanto de que era seguido y sabía que en el fondo nadie
entendería…

Octubre 2010 ©

Patricia O. (Patokata). Montevideo-Uruguay
http://mismusascuenteras.blogspot.com

15 dic 2010

Aura y la Navidad



Ya llega la Navidad, días llenos de magia, y Aura salta llena de alegría. Son días muy felices, días repletos de ilusión y Aura los disfruta un montón sin dejarse nada en el
tintero. Primero, Adviento. En su calendario Aura comienza a desgranar
los días que faltan para las fiestas celebrar.

Tras cada ventanita se esconde una sorpresa y a Aura le encanta descubrirla: hoy una chocolatina, mañana una golosina, ayer fue una pegatina. Son cosas pequeñitas, minúsculas
sorpresitas que a la niña hacen disfrutar. Ya llega la Navidad y Aura
quiere reír porque en estos días se siente muy feliz.

Segundo, adornar el árbol, algo muy divertido: que si una bola por aquí, que si espumillón por allá, que si luces, que si angelitos, que si lacitos, que
si una gran estrella para el final. Luego, con un chocolate bien
caliente, Aura frente se sentará frente a él para contemplarlo,
disfrutarlo y mil cosas imaginar.

Esas bolas de colores, piensa Aura, son planetas diminutos donde vive gente microscópica. Y el espumillón, sigue pensando, son autopistas doradas y plateadas que conectan unos planetas
con otros y por él viajan, deslizándose, las pequeñas personillas. Y
esas luces amarillas, rojas, verde o azules, son estrellas luminosas que
charlan con parpadeos; ahora hablan las rojas y callan las demás, luego
callan todas y hablan las verdes y así sin parar.

Ya llega la Navidad y Aura llena su cabecita de ilusión y felicidad. En tercer lugar, el Nacimiento que Aura prepara con mucho cuidado junto a sus papás. Aquí un pastor, la
lavandera por allá, ese ángel va más acá. Algo de musgo, un par de
piedras, papel de plata para el río figurar; un cielo azul y una gran
estrella para los Reyes guiar.

Luego,al acabar, se queda observándolo, haciendo algún cambio final y, cómo no, poniendo su imaginación a trabajar. Aura imagina que las figuritas de noche, mientras todos
duermen, seguro se moverán. Y los Reyes avanzarán un poco y el Niño
llorará, y María cantará una nana y los pastores bailarán.

Y los ángeles jugarán al corro y las pastoras reirán y los animales harán mucho ruido y todos se divertirán. Ufff... menudo jolgorio, piensa, el que se debe montar.

Ya llega la Navidad y Aura se siente feliz de poderlas celebrar. Y piensa Aura en Papá Noel y en lo gordote que está y en que ella no tiene chimenea... hey, mamá, ¿por dónde va a
entrar? Y le deja unas galletas y leche para cenar, y piensa que, si en
cada casa, le ponen así de comer es normal que no pare de engordar.

Y, por supuesto, los Reyes, esos no pueden faltar, que Papá Noel está muy bien pero los Reyes, como son tres, pueden más regalos cargar. Y limpia bien sus zapatos y los deja
bajo la ventana aunque duda que con esos camellos puedan entrar por ahí.

Un vaso por cabeza, galletas para tres, agua para los animales... ¿Ya los pajes, mamá, que les podemos poner? Ya está aquí la Navidad, unos días de ilusiones y Aura disfruta a
montones. Ya está aquí la Navidad, Aura se siente feliz y cruza mucho
los dedos para que nunca se acabe, jamás.

Ya llegó la Navidad, qué bien que lo va a pasar, ojalá que todo el mundo las pueda disfrutar en paz y tranquilidad.

Fin.
Dolores Espinosa

11 dic 2010

TU ERES ESPECIAL


Los Wemmicks eran gente pequeña, hechas de madera. Todos estaban tallados por un artesano llamado Elí. Su taller formaba parte de una colina con vista a la villa. Cada wemmick
era diferente. Unos tenían grandes narices, otros grandes ojos. Algunos
eran altos y otros bajitos. Algunos usaban sombreros, otros abrigos.
Pero todos eran construidos por el mismo artesano y vivían en una
preciosa villa.

Todos los días, cada día, los wemmicks realizaban la misma tarea: se regalaban etiquetas unos a otros. Cada wemmick tenía una caja de etiquetas de estrellas doradas y una caja de etiquetas de puntos grises.

Al subir y bajar por las calles de la preciosa villa, la gente empleaba su tiempo en pegarse etiquetas de doradas estrellas o de puntos grises,
unos a otros.

Los más hermosos, aquellos construidos con madera pulida y hermosos colores, siempre obtenían estrellas. Pero si la madera estaba áspera o
la pintura  desconchada, los wemmick pegaban etiquetas grises sobre
ellas.
También los talentosos obtenían estrellas. Algunos podías levantar grandes garrotes sobre sus cabezas o saltar sobre cajas altísimas. Otros sabían decir bellas
palabras o podían cantar canciones hermosas. 

Todo el mundo les otorgaba estrellas. Algunos estaban totalmente cubiertos de estrellas. Cada vez que ellos obtenían una estrella, ¡Los hacía sentirse tan bien! Esto los
estimulaba a querer hacer algo más para alcanzar otra estrella.

Sin embargo, otros, hacían algunas cosas que a los demás no les agradaba, y obtenían puntos grises.
Ponchinelo era uno de esos. Él trataba de saltar como los demás, pero
siempre caía. Cuando caía, los demás hacían una rueda alrededor de él y
le daban puntos grises.
Algunas veces al caerse, su madera se raspaba, así que sus vecinos le daban más puntos grises. Entonces, cuando trataba de explicar la causa de su
caída, de sus labios salía alguna tontería y los wemmicks le daban más
puntos grises.

Después de un tiempo. Ponchinelo tuvo tantos puntos grises feos que no quería salir a la calle. Tenía mucho miedo de hacer algo estúpido como
olvidar su sombrero o caminar en el agua, y que la gente le volviera a
dar otro punto. La verdad es que tenía tal cantidad de puntos grises
sobre él, que cualquiera se le acercaba y le añadía uno más sólo por
gusto.

“Él merece montones de puntos”, comentaban la gente de madera, de acuerdo unos con otros. “Él no es buena persona de madera”, decían.


Después de un tiempo, Ponchinelo creyó lo que decían sus vecinos. “Yo no
soy un buen wemmick”, decía. En poco tiempo, él salió a la calle y
empezó a relacionarse con otros wemmicks que tenían un montón de puntos
grises. Él se sintió mejor entre ellos.

Un día, él se encontró una wemmick que era diferente a cualquiera de las que siempre había conocido. No tenía puntos ni estrellas. Era puramente
madera. Se llamaba Lucía. Esto no se debía a que sus vecinos no
trataban de pegarle sus correspondientes etiquetas; sino a que las etiquetas no se pegaban a su madera.
Algunos wemmicks admiraban a Lucía por no tener puntos, de modo que corrían hacia ella y le daban una estrella. Pero la etiqueta no se pegaba. Otros no la tenían en cuenta
al ver que ella no tenía estrellas, y le daban un punto. Pero tanto la
estrella como el punto se despegaban.

“Yo quiero ser de esa madera”, pensó Ponchinelo. “No quiero marcas de
nadie”. Así que le preguntó a la wemmick que no tenía etiquetas cómo
ella había podido lograr tal cosa.

-“Es muy fácil”, le contestó Lucía. “Todos los días voy a ver a Elí”.

-¿Elí?, preguntó Ponchinelo.

-“Sí, Elí. El artesano. Y me siento en el taller con él”.

-¿Por qué?, preguntó Ponchinelo.

–“Por qué no lo averiguas por ti mismo? Sube a la colina. Él está ahí” Y dicho esto la wemmick que no tenía etiquetas ni puntos dio la vuelta y
se alejó dando salticos.

-“Pero, ¿querrá el artesano verme a mí?, le gritó Ponchinelo. Lucía no lo oyó.
Así que, Ponchinelo, regresó a casa. Se sentó cerca de la ventana y se 
puso a observar a la gente de madera cómo corrían de aquí para allá
dándose estrellas o puntos unos a otros. - “Eso no es justo”, refunfuñó.
Y decidió ir a ver a Elí.

Él se acercó al estrecho camino que iba a la cima de la colina y fue en dirección del taller grande. Al entrar allí, sus ojos se abrieron
desmesuradamente ante las cosas que veía. El taburete era tan alto como
él mismo. Tuvo que estirarse sobre la punta de sus pies para mirar la
altura de la mesa de trabajo. Un martillo era tan largo como su brazo.
Ponchinelo tragó saliva. “¡No voy a quedarme aquí!”, y se dio vuelta
para salir.

Entonces oyó su nombre. -“¿Ponchinelo?”. La voz era fuerte y profunda.
Ponchinelo se detuvo. –“¡Ponchinelo! ¡Qué bueno que has venido! Ven y déjame mirarte”. 

Ponchinelo se volvió lentamente y vio la gran barba del artesano.
-¿Tú sabes mi nombre?”, preguntó el wemmick.

– “Por supuesto que lo sé. Yo te hice a ti”.
Elí se inclinó, recogió del suelo a Ponchinelo y lo colocó sobre la mesa
de trabajo. “Hum”, dijo el artesano pensativamente mientras miraba los
puntos grises.

-“Parece que has recibido marcas malas”.

– “No significa eso, de verdad, yo me esforcé mucho por no recibirlas, Elí”.

– “Oh, no tienes que defender tus acciones ante mí, muchacho. Yo no me preocupo por lo que los demás wemmick piensan”.

-“¿No te importa?”

– “No, y tú no deberías hacerlo tampoco. ¿Quiénes son ellos para dar estrellas o puntos? Son wemmick exactamente como tú. Lo que ellos
piensan no importa, Ponchinelo. Lo único importante es lo que yo pienso.
Y yo pienso que tú eres muy especial”. 

Ponchinelo sonrió. - “¿Especial, yo? ¿Por qué? No puedo caminar aprisa.
No puedo saltar. Mi pintura está desconchada. ¿Por qué soy importante
para ti?” 
Elí contempló a Ponchinelo, puso sus manos sobre sus hombros y le dijo:
-“Porque eres mío”. Esa es la razón de que seas importante para mí”.
Ponchinelo nunca había tenido a alguien que lo viera de esa forma _mucho menos su creador. No sabía qué responder.

- “Cada día he estado esperando que tu vinieras”, explicó Elí.

- “Vine porque me encontré con alguien que no tenía marcas”, dijo Ponchinelo.

- “Lo sé.  Ella me habló de ti”

-“Por qué las etiquetas no se  pegan sobre ella?”

-“Porque ella decidió que lo que Yo pienso es más importante que lo que ellos piensan. Las etiquetas únicamente se pegan si tú permites que lo
hagan”.

-“¿Qué?”

-“Las etiquetas sólo se pegan si son importantes para ti. Lo más importante es que confíes en mi amor, y dejes de preocuparte por sus
etiquetas”.

-“No estoy seguro de haber comprendido”.
Elí sonrió. -“Lo vas a intentar: pero esto tomará tiempo. Tienes demasiadas marcas. Por ahora, sólo ven a verme todos los días y déjame recordarte
cuanto te amo”.
Elí levantó a Ponchinelo de la mesa y lo puso en el suelo. Y cuando el wemmick salía por la puerta, le dijo:

-“Recuerda, tú eres especial porque yo te hice, y yo no cometo errores”.

Ponchinelo no se detuvo, pero en su corazón pensaba: “Eso explica por qué soy especial ante sus ojos”. Y al comprenderlo al fin, un feo punto gris cayó sobre la tierra.

Cuento de Max Lucado

Siria Grandet –Consultora de Feng Shui Clásico y Astrología China-BAZI
http://armonizandotuvida.blogspot.com/2010/12/cuento-tu-eres-especi...

10 dic 2010

Navidad, mucho más que regalos


Se acercaba la Navidad, los niños se portaban mejor que nunca porque Papa Noel les traería lo que les habían pedido en sus cartitas, las mamás preparaban la Cena con mucho esmero y
los papás recordaban su niñez con melancolía.

Sin embargo para Juanito la Navidad era un día del año más, donde no pasaba nada extraño ni había nada por qué celebrar, pues no tenía padres ni familiares, ni había recibido nunca un
regalo de Papá Noel.

Paco, un niño rico vio a Juanito vendiendo caramelos en medio de la calle, hacía mucho frío y vio que no traía zapatos, entonces le dijo a su papá:

- Papá, por qué Papa Noel no le ha regalado zapatos a ese niño.

Su papá se sintió avergonzado y no supo qué decir, cuando trató de explicarle a su hijo que no todos los niños reciben un regalo en Navidad, Paco lo interrumpió y le dijo:

- Puedo regalarle mis zapatos papá, seguramente Papa Noel está noche me regala otros.

Su padre entusiasmado por el desprendimiento de su hijo aceptó y mediante este gesto, quiso enseñarle a su hijo que la navidad es mucho más recibir regalos, y le dijo:

- Qué te parece si además de obsequiarle tus zapatos lo invitamos a pasar con nosotros esta Navidad, cenar y compartir un momento muy especial.

Paco se puso feliz, le obsequió los zapatos a Juanito, ropita abrigadora y juntos pasaron una Feliz Navidad.

Ambos entendieron que la Navidad es una fecha hermosa para compartir.

Fin 
Mónica Patiño