22 dic 2010

MAGIA EN EL BOSQUE

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No es necesario una bola de cristal para ver los espíritus en torno a él; siempre
ha tenido la facilidad para atraer lo extraño y misterioso y es que así es su
mundo…un verdadera misterio…
Nadie sabe su edad, ni siquiera de donde viene, a lo sumo tendrá unos 60 años
aunque su porte juvenil da lugar a dudas.
Es costumbre verlo caminar por el sendero que va al bosque, siempre elegante
y con su sombrero de copa, moviendo lentamente pero con energía el bastón.
Dicen quienes lo ven entrar al sendero que parece que los árboles se inclinaran
como saludándolo, incluso que las hojas sueltas forman remolinos en torno a él
como dándole la bienvenida.
Sus incursiones por el bosque a veces duran horas; debido a su extraña forma
de ser muchos aldeanos le tienen miedo y es que a veces es mucho más fácil
temer que dejarse llevar por la curiosidad.
Pero, aún así, un día un par de pilluelos decidieron hacerle caso a esa
curiosidad que los embargaba y, aunque con miedo, lo siguieron.
Tratando de no ser vistos fueron tras él, escondiéndose tras los troncos de los
árboles que el misterioso personaje iba dejando tras sus pasos.
Fue realmente asombroso para ellos descubrir que ése ser tan enigmático tenía
no sólo el don de atraer a los árboles y juguetear con las hojas sino que todos
los animalitos del bosque comenzaban a seguirlo.
Asombrados vieron como los pajarillos se apoyaban en sus hombros y él
parecía hablarles, cuanto más se adentraban en el bosque notaban que más
joven se veía.
Realmente era así…no sólo rejuvenecía sino que su elegante traje se
transformaba en una túnica blanca y su sombrero de copa y su elegante
bastón desaparecían.
Al llegar a un claro se detuvieron, tratando siempre de no ser vistos pudieron
observar que el hombre extendía los brazos al aire y decía unas extrañas
palabras al tiempo que los vientos remolinaban en torno a él y extrañas
figuras comenzaban a aparecer por los aires.
Hasta aquí la curiosidad de los chiquillos ya que el temor pudo más y sin
pensarlo dos veces huyeron despavoridos del lugar, de haberse quedado
habrían descubierto que el misterioso personaje no era otro que un mago
blanco.
Para cuando regresó de su paseo ya todo el pueblo sabía lo que habían visto
los chicos y todos murmuraban a su paso, él sólo sonreía…

Siempre estuvo al tanto de que era seguido y sabía que en el fondo nadie
entendería…

Octubre 2010 ©

Patricia O. (Patokata). Montevideo-Uruguay
http://mismusascuenteras.blogspot.com

15 dic 2010

Aura y la Navidad



Ya llega la Navidad, días llenos de magia, y Aura salta llena de alegría. Son días muy felices, días repletos de ilusión y Aura los disfruta un montón sin dejarse nada en el
tintero. Primero, Adviento. En su calendario Aura comienza a desgranar
los días que faltan para las fiestas celebrar.

Tras cada ventanita se esconde una sorpresa y a Aura le encanta descubrirla: hoy una chocolatina, mañana una golosina, ayer fue una pegatina. Son cosas pequeñitas, minúsculas
sorpresitas que a la niña hacen disfrutar. Ya llega la Navidad y Aura
quiere reír porque en estos días se siente muy feliz.

Segundo, adornar el árbol, algo muy divertido: que si una bola por aquí, que si espumillón por allá, que si luces, que si angelitos, que si lacitos, que
si una gran estrella para el final. Luego, con un chocolate bien
caliente, Aura frente se sentará frente a él para contemplarlo,
disfrutarlo y mil cosas imaginar.

Esas bolas de colores, piensa Aura, son planetas diminutos donde vive gente microscópica. Y el espumillón, sigue pensando, son autopistas doradas y plateadas que conectan unos planetas
con otros y por él viajan, deslizándose, las pequeñas personillas. Y
esas luces amarillas, rojas, verde o azules, son estrellas luminosas que
charlan con parpadeos; ahora hablan las rojas y callan las demás, luego
callan todas y hablan las verdes y así sin parar.

Ya llega la Navidad y Aura llena su cabecita de ilusión y felicidad. En tercer lugar, el Nacimiento que Aura prepara con mucho cuidado junto a sus papás. Aquí un pastor, la
lavandera por allá, ese ángel va más acá. Algo de musgo, un par de
piedras, papel de plata para el río figurar; un cielo azul y una gran
estrella para los Reyes guiar.

Luego,al acabar, se queda observándolo, haciendo algún cambio final y, cómo no, poniendo su imaginación a trabajar. Aura imagina que las figuritas de noche, mientras todos
duermen, seguro se moverán. Y los Reyes avanzarán un poco y el Niño
llorará, y María cantará una nana y los pastores bailarán.

Y los ángeles jugarán al corro y las pastoras reirán y los animales harán mucho ruido y todos se divertirán. Ufff... menudo jolgorio, piensa, el que se debe montar.

Ya llega la Navidad y Aura se siente feliz de poderlas celebrar. Y piensa Aura en Papá Noel y en lo gordote que está y en que ella no tiene chimenea... hey, mamá, ¿por dónde va a
entrar? Y le deja unas galletas y leche para cenar, y piensa que, si en
cada casa, le ponen así de comer es normal que no pare de engordar.

Y, por supuesto, los Reyes, esos no pueden faltar, que Papá Noel está muy bien pero los Reyes, como son tres, pueden más regalos cargar. Y limpia bien sus zapatos y los deja
bajo la ventana aunque duda que con esos camellos puedan entrar por ahí.

Un vaso por cabeza, galletas para tres, agua para los animales... ¿Ya los pajes, mamá, que les podemos poner? Ya está aquí la Navidad, unos días de ilusiones y Aura disfruta a
montones. Ya está aquí la Navidad, Aura se siente feliz y cruza mucho
los dedos para que nunca se acabe, jamás.

Ya llegó la Navidad, qué bien que lo va a pasar, ojalá que todo el mundo las pueda disfrutar en paz y tranquilidad.

Fin.
Dolores Espinosa

11 dic 2010

TU ERES ESPECIAL


Los Wemmicks eran gente pequeña, hechas de madera. Todos estaban tallados por un artesano llamado Elí. Su taller formaba parte de una colina con vista a la villa. Cada wemmick
era diferente. Unos tenían grandes narices, otros grandes ojos. Algunos
eran altos y otros bajitos. Algunos usaban sombreros, otros abrigos.
Pero todos eran construidos por el mismo artesano y vivían en una
preciosa villa.

Todos los días, cada día, los wemmicks realizaban la misma tarea: se regalaban etiquetas unos a otros. Cada wemmick tenía una caja de etiquetas de estrellas doradas y una caja de etiquetas de puntos grises.

Al subir y bajar por las calles de la preciosa villa, la gente empleaba su tiempo en pegarse etiquetas de doradas estrellas o de puntos grises,
unos a otros.

Los más hermosos, aquellos construidos con madera pulida y hermosos colores, siempre obtenían estrellas. Pero si la madera estaba áspera o
la pintura  desconchada, los wemmick pegaban etiquetas grises sobre
ellas.
También los talentosos obtenían estrellas. Algunos podías levantar grandes garrotes sobre sus cabezas o saltar sobre cajas altísimas. Otros sabían decir bellas
palabras o podían cantar canciones hermosas. 

Todo el mundo les otorgaba estrellas. Algunos estaban totalmente cubiertos de estrellas. Cada vez que ellos obtenían una estrella, ¡Los hacía sentirse tan bien! Esto los
estimulaba a querer hacer algo más para alcanzar otra estrella.

Sin embargo, otros, hacían algunas cosas que a los demás no les agradaba, y obtenían puntos grises.
Ponchinelo era uno de esos. Él trataba de saltar como los demás, pero
siempre caía. Cuando caía, los demás hacían una rueda alrededor de él y
le daban puntos grises.
Algunas veces al caerse, su madera se raspaba, así que sus vecinos le daban más puntos grises. Entonces, cuando trataba de explicar la causa de su
caída, de sus labios salía alguna tontería y los wemmicks le daban más
puntos grises.

Después de un tiempo. Ponchinelo tuvo tantos puntos grises feos que no quería salir a la calle. Tenía mucho miedo de hacer algo estúpido como
olvidar su sombrero o caminar en el agua, y que la gente le volviera a
dar otro punto. La verdad es que tenía tal cantidad de puntos grises
sobre él, que cualquiera se le acercaba y le añadía uno más sólo por
gusto.

“Él merece montones de puntos”, comentaban la gente de madera, de acuerdo unos con otros. “Él no es buena persona de madera”, decían.


Después de un tiempo, Ponchinelo creyó lo que decían sus vecinos. “Yo no
soy un buen wemmick”, decía. En poco tiempo, él salió a la calle y
empezó a relacionarse con otros wemmicks que tenían un montón de puntos
grises. Él se sintió mejor entre ellos.

Un día, él se encontró una wemmick que era diferente a cualquiera de las que siempre había conocido. No tenía puntos ni estrellas. Era puramente
madera. Se llamaba Lucía. Esto no se debía a que sus vecinos no
trataban de pegarle sus correspondientes etiquetas; sino a que las etiquetas no se pegaban a su madera.
Algunos wemmicks admiraban a Lucía por no tener puntos, de modo que corrían hacia ella y le daban una estrella. Pero la etiqueta no se pegaba. Otros no la tenían en cuenta
al ver que ella no tenía estrellas, y le daban un punto. Pero tanto la
estrella como el punto se despegaban.

“Yo quiero ser de esa madera”, pensó Ponchinelo. “No quiero marcas de
nadie”. Así que le preguntó a la wemmick que no tenía etiquetas cómo
ella había podido lograr tal cosa.

-“Es muy fácil”, le contestó Lucía. “Todos los días voy a ver a Elí”.

-¿Elí?, preguntó Ponchinelo.

-“Sí, Elí. El artesano. Y me siento en el taller con él”.

-¿Por qué?, preguntó Ponchinelo.

–“Por qué no lo averiguas por ti mismo? Sube a la colina. Él está ahí” Y dicho esto la wemmick que no tenía etiquetas ni puntos dio la vuelta y
se alejó dando salticos.

-“Pero, ¿querrá el artesano verme a mí?, le gritó Ponchinelo. Lucía no lo oyó.
Así que, Ponchinelo, regresó a casa. Se sentó cerca de la ventana y se 
puso a observar a la gente de madera cómo corrían de aquí para allá
dándose estrellas o puntos unos a otros. - “Eso no es justo”, refunfuñó.
Y decidió ir a ver a Elí.

Él se acercó al estrecho camino que iba a la cima de la colina y fue en dirección del taller grande. Al entrar allí, sus ojos se abrieron
desmesuradamente ante las cosas que veía. El taburete era tan alto como
él mismo. Tuvo que estirarse sobre la punta de sus pies para mirar la
altura de la mesa de trabajo. Un martillo era tan largo como su brazo.
Ponchinelo tragó saliva. “¡No voy a quedarme aquí!”, y se dio vuelta
para salir.

Entonces oyó su nombre. -“¿Ponchinelo?”. La voz era fuerte y profunda.
Ponchinelo se detuvo. –“¡Ponchinelo! ¡Qué bueno que has venido! Ven y déjame mirarte”. 

Ponchinelo se volvió lentamente y vio la gran barba del artesano.
-¿Tú sabes mi nombre?”, preguntó el wemmick.

– “Por supuesto que lo sé. Yo te hice a ti”.
Elí se inclinó, recogió del suelo a Ponchinelo y lo colocó sobre la mesa
de trabajo. “Hum”, dijo el artesano pensativamente mientras miraba los
puntos grises.

-“Parece que has recibido marcas malas”.

– “No significa eso, de verdad, yo me esforcé mucho por no recibirlas, Elí”.

– “Oh, no tienes que defender tus acciones ante mí, muchacho. Yo no me preocupo por lo que los demás wemmick piensan”.

-“¿No te importa?”

– “No, y tú no deberías hacerlo tampoco. ¿Quiénes son ellos para dar estrellas o puntos? Son wemmick exactamente como tú. Lo que ellos
piensan no importa, Ponchinelo. Lo único importante es lo que yo pienso.
Y yo pienso que tú eres muy especial”. 

Ponchinelo sonrió. - “¿Especial, yo? ¿Por qué? No puedo caminar aprisa.
No puedo saltar. Mi pintura está desconchada. ¿Por qué soy importante
para ti?” 
Elí contempló a Ponchinelo, puso sus manos sobre sus hombros y le dijo:
-“Porque eres mío”. Esa es la razón de que seas importante para mí”.
Ponchinelo nunca había tenido a alguien que lo viera de esa forma _mucho menos su creador. No sabía qué responder.

- “Cada día he estado esperando que tu vinieras”, explicó Elí.

- “Vine porque me encontré con alguien que no tenía marcas”, dijo Ponchinelo.

- “Lo sé.  Ella me habló de ti”

-“Por qué las etiquetas no se  pegan sobre ella?”

-“Porque ella decidió que lo que Yo pienso es más importante que lo que ellos piensan. Las etiquetas únicamente se pegan si tú permites que lo
hagan”.

-“¿Qué?”

-“Las etiquetas sólo se pegan si son importantes para ti. Lo más importante es que confíes en mi amor, y dejes de preocuparte por sus
etiquetas”.

-“No estoy seguro de haber comprendido”.
Elí sonrió. -“Lo vas a intentar: pero esto tomará tiempo. Tienes demasiadas marcas. Por ahora, sólo ven a verme todos los días y déjame recordarte
cuanto te amo”.
Elí levantó a Ponchinelo de la mesa y lo puso en el suelo. Y cuando el wemmick salía por la puerta, le dijo:

-“Recuerda, tú eres especial porque yo te hice, y yo no cometo errores”.

Ponchinelo no se detuvo, pero en su corazón pensaba: “Eso explica por qué soy especial ante sus ojos”. Y al comprenderlo al fin, un feo punto gris cayó sobre la tierra.

Cuento de Max Lucado

Siria Grandet –Consultora de Feng Shui Clásico y Astrología China-BAZI
http://armonizandotuvida.blogspot.com/2010/12/cuento-tu-eres-especi...

10 dic 2010

Navidad, mucho más que regalos


Se acercaba la Navidad, los niños se portaban mejor que nunca porque Papa Noel les traería lo que les habían pedido en sus cartitas, las mamás preparaban la Cena con mucho esmero y
los papás recordaban su niñez con melancolía.

Sin embargo para Juanito la Navidad era un día del año más, donde no pasaba nada extraño ni había nada por qué celebrar, pues no tenía padres ni familiares, ni había recibido nunca un
regalo de Papá Noel.

Paco, un niño rico vio a Juanito vendiendo caramelos en medio de la calle, hacía mucho frío y vio que no traía zapatos, entonces le dijo a su papá:

- Papá, por qué Papa Noel no le ha regalado zapatos a ese niño.

Su papá se sintió avergonzado y no supo qué decir, cuando trató de explicarle a su hijo que no todos los niños reciben un regalo en Navidad, Paco lo interrumpió y le dijo:

- Puedo regalarle mis zapatos papá, seguramente Papa Noel está noche me regala otros.

Su padre entusiasmado por el desprendimiento de su hijo aceptó y mediante este gesto, quiso enseñarle a su hijo que la navidad es mucho más recibir regalos, y le dijo:

- Qué te parece si además de obsequiarle tus zapatos lo invitamos a pasar con nosotros esta Navidad, cenar y compartir un momento muy especial.

Paco se puso feliz, le obsequió los zapatos a Juanito, ropita abrigadora y juntos pasaron una Feliz Navidad.

Ambos entendieron que la Navidad es una fecha hermosa para compartir.

Fin 
Mónica Patiño

29 nov 2010

RETAZO


Nació por vía de cesárea Cristina, único descendiente que tuvieron sus padres. El nombre lo improvisaron de apuro, por así decir; lo extrajeron de una criteriosa galera, tras evaluar la armonía fonética junto al apellido. Aguardaban a Juan Ramón Ernesto e irrumpió Cristina. El desencanto se fue desplegando crrosivo en sus ánimos.
La niña, alumna aplicada, fantasiosa y fácilmente ridiculizable, encorvaba la espalda, fruncía los labios cuando se concentraba, bizqueaba a veces y, adolescente ya, padecía ataques de picazón, o lloraba.
En procura de reducir fatigosa gimnasia (contar paradas de colectivos, o perros, o automóviles con tales o cuales características), ritos incoercibles (sentarse durante unos instantes en determinado sillón, antes de tomar la merienda), sueños repetitivos (su madre obstinándose en ofrecerle muestras de comprensión y cariño), concurrió a un curso de control mental que promocionaban por radio. En esas estaba, cuando ella y el licenciado que dictaba el curso se enamoraron. Sin tropiezos accedieron al altar; y ahora, él la embarazó y la tiene ilusionada con que por fin nacerá Juan Ramón Ernesto, una generación después. Retazo de vida.
 
Rolando Revagliatti

23 nov 2010

METAMORFOSIS

Se despertó en la oscuridad, un mareo raro le daba vueltas en la cabeza... una sensación difícil de explicar, una desorientación que no le permitía terminar de entender dónde estaba... le costaba reconocer algo en la penumbra del cuarto. Una suavidad desconocida en las sábanas le hicieron creer que estaba entre algodones, o mejor, entre seda. Trató de alcanzar la linterna que siempre tenía sobre la silla que oficiaba de mesa de luz, pero su mano chocó con algo que le pareció de vidrio, que cayó con estrépito al piso. El ruido sordo de eso al golpear el suelo lo terminó de despertar... en ese momento su pierna sintió el roce con un cuerpo que lo aterró, justo cuando se encendía una luz.
- Qué te pasa Lautaro? Preguntó una cara bellísima con una caballera lisa y platinada que estaba a centímetros de su rostro.
No pudo reprimir un grito y se sentó en la cama de un salto
- Vos quién sos?... preguntó aterrado
- Que te pasa Lau? Estás soñando? Te sentís bien? El cuerpo escultural de la rubia quedó a la vista al correrse unas sábanas que evidentemente eran de seda.
Carlos no entendía nada, miraba con asombro y miedo el cuarto magnífico donde se encontraba en una cama con una rubia increíble, que desnuda, le acariciaba la cabeza y trataba de tranquilizarlo. La apartó y se puso de pié, instantáneamente comprendió que él también estaba desnudo e instintivamente cubrió sus sexo con la mano, mientras la rubia dibujaba una sonrisa.
Miró a la izquierda y vio una puerta que daba a un baño, fue a velocidad hacia allí y tanteando en la oscuridad encendió la luz. El baño tenía una bañera como nunca había visto, enorme y llena de tubos y salidas plateadas, a un costado había dos piletas y dos espejos. Allí abrió rápidamente la canilla y se mojó la cara, cuando levantó el rostro para mirarse al espejo, una cara que no era de él lo miraba con asombro. La impresión lo venció y perdió el conocimiento.
Despertó en el cuarto de una clínica, la rubia, ahora vestida, le sostenía la mano, junto a ella una pareja mayor lo miraba con preocupación
- Ay Lautaro, que dolores de cabeza nos traes.. a vos te parece?, la pobre Bárbara no llamó a las cuatro de la mañana desesperada... tenés que parar con los excesos...- Lau, me hiciste morir del susto cuando te vi desmayado en el baño, como te sentís?, le preguntó la rubia que ahora se llamaba Bárbara
Carlos no entendía absolutamente nada, no sabía quiénes eran éstas personas, ni donde estaba... tampoco estaba seguro de quién era él.
Trató de hacer memoria y recordó quién era, desde luego no era Lautaro, él era Carlos un albañil de obra que trabajaba en un edificio de la calle Cangallo hasta recordaba la última mañana antes de despertarse en ese lugar.
Tenía las manos resecas y doloridas, el frío de esa mañana le pesaba en los hombros y las bolsas de cemento incrementaban su peso relativo a medida que las iba apilando prolijamente a un costado de la mezcladora. Carlos era un muchacho joven, pero el rudo trabajo de albañil lo había gastado y parecía mayor de los veintiocho años que tenía, su vida nunca había sido fácil; de padre desconocido y seis hermanos, las privaciones siempre habían sido la compañía angustiosa desde su infancia. Pero no todo era malo, era fuerte y sano, el ejercicio diario de su trabajo le daba un cuerpo esbelto y trabajado. Vivía en la villa con su madre y varios de sus hermanos, a los que mantenía con su trabajo. Mabel se llamaba su novia, una morocha delgada y cariñosa que lo esperaba todas las tardes es su pieza, con mates calientes y besos aún mas.
Poco a poco las cosas en su cabeza se iban acomodando.
Recordó también el edificio donde trabajaba, y en ese momento, un rayo de luz se hizo en su mente. Recordó dónde había visto la cara que lo miraba desde el espejo cuando despertó con la rubia.
Trabajaba en el sexto piso de la obra y desde allí veía todos los días el departamento de esa cara, de Lautaro.
Todas las mañanas al pararse al borde de la losa para alimentar la mezcladora miraba las ventanas del edificio vecino. Allí veía a ese muchacho y su rubia, registraba en su mente las cosas que hacía, el lujo de su departamento y su ropa. El enorme televisor del living que hasta él desde ahí podía ver. Lo veía hacer gimnasia en ese raro aparato parecido a una bicicleta.
Recordó también que muchas veces había deseado la vida de ese muchacho... no tener que sufrir el frío de las mañanas, tener las manos sanas de solo manejar esa computadora chiquita que se veía en el sillón... manejar ese auto sin techo con el que salía del edificio al mediodía, para llevar a la rubia a alguna parte.
Mientras él hombreaba esas pesadas bolsas de cemento, el chico del departamento miraba el fútbol desde el gigantesco televisor o tomaba de esas botellas raras de colores que tenía en un carrito gracioso junto al sillón.
Carlos comenzó a entender lo que pasaba.
Por alguna razón, él ahora era Lautaro... de alguna forma se había convertido en el muchacho de la ventana y estaba viviendo su vida... era como un sueño; como ganarse una extraña lotería donde su deseo había sido cumplido.
No mas mañanas de frío. No mas tener las manos destruidas por el cemento, no mas viajar colgado del colectivo soportando los apretujones y la húmeda viscosidad de los pasajeros. No mas dormir en el suelo rogando que no lloviera.
Decidió que le gustaba lo que pasó y que lo viviría a fondo. Que sería Lautaro y disfrutaría de la vida tal como lo había deseado cuando miraba las ventanas del muchacho.
Quizá extrañaría un poco a Mabel, pero la impresionante rubia seguramente lo ayudaría a olvidarla.
El nuevo Lautaro fingió una total pérdida de memoria y así se lo dijo a los médicos que lo atendían.
- Pobre mi Lau... repetía la rubia entre mimos y mohines
- Hijo, vamos a ayudarte a recuperar la memoria, le dijo el hombre que era evidentemente el padre de Lautaro
Dos días después le dieron el alta en la clínica y sus nuevos padres lo llevaron en un auto impresionante a una casa enorme en un lugar donde unos guardias cuidaban la entrada. Carlos-Lautaro festejaba su buena suerte y disfrutaba de los placeres de una vida que desconocía por completo.
Dormía hasta la hora que le daba la gana, comía cosas exquisitas que no conocía ni de nombre, lo llevaban a todas partes en auto y como él no sabía manejar, fingía que no se sentía seguro y hacía que la rubia manejara el auto sin techo que tanto había admirado desde la losa de la obra.
Se bañaba en la enorme pileta de la casa de sus nuevos padres y en su billetera tenía mas dinero junto del que había visto nunca en su vida. Todo eran placeres y sensaciones desconocidas... sábanas mas suaves que una caricia, bebidas de sabores increíbles. Conoció toda clase de personas que se compadecían de él y le contaban cosas que Lautaro había hecho. Él se asombraba de la vida que llevaban esas personas y que era tan distante de la que había vivido.
Alguna vez recordó con cierta nostalgia a Mabel, pero la rubia, en esa bañera llena de burbujas haciéndole toda clase de cosas, lo hacían olvidarla completamente...
Varias veces le preguntaron si quería volver a su departamento, pero él, sistemáticamente se negaba, secretamente temía encontrarse con la mirada del otro Carlos-Lautaro, que lo miraría con odio, o quién sabe como, desde la obra de enfrente.
Así pasaron dos meses, donde el nuevo Lautaro hizo una vida que Carlos ni siquiera había visto por televisión, conoció lugares que no podía imaginar y vivió las noches mas increíbles con la rubia.
Vaya si tengo suerte, pensó... esto es mejor que ganarse la lotería.
Una mañana sintió un fuerte dolor en los huesos, pensó que descansado se le pasaría pero no fue así. El dolor se hacía todos los días un poco mas fuerte.
Una noche se despertó mareado y la rubia lo acompañó al baño, cuando quiso mojarse la cara todo le dio vueltas y se desmayó.
Despertó en la clínica que había estado antes. La pareja mayor y la rubia lo miraban con caras angustiadas y los médicos no le miraban los ojos. Algo no andaba bien, ya no le dolía el cuerpo y no entendía por qué lo tenían aún allí si ni siquiera le daban medicamentos.
Dos días después la rubia y los padres de Lautaro decidieron llevarlo al departamento para que esté mas cómodo.
Allí reconoció todas las cosas que Carlos siempre había visto desde enfrente, se sentó en el sillón y bebió de las bebidas del carrito, abrió la computadora, pero desde luego no sabía usarla. La rubia había cambiado la expresión que ahora era triste, lo acariciaba todo el tiempo pero no quería tener sexo. Él se sentía bien y quería volver a la otra casa pero los padres le dijeron que no era conveniente, que era mejor estar allí, cerca de la clínica.
Evitaba en todo momento mirar la obra de enfrente, no fuera a ser que viera a Carlos.
Así pasaron tres días donde hizo todo lo que deseaba cuando era Carlos y miraba todo desde afuera. Hasta que una mañana perdió el pié y cayó al piso.
La rubia, desesperada, llamó a los padres y a la clínica, y en menos de media hora lo subían a una camilla.
- La leucemia ya es terminal, creo que nos estamos enfrentando al final, sería conveniente que hiciera ir un sacerdote a la clínica, esperemos que llegue, le dijo en un susurro el médico al padre de Lautaro en la otra habitación.
Mientras tanto los camilleros llegaban ya a la calle, y allí, desde esa posición Lautaro pudo ver como Mabel (su Mabel) le daba un beso a Carlos mientras le daba un sándwich de milanesa.
La miradas de ambos se cruzaron y el falso Carlos, desde allá arriba lo miró directo a los ojos, con una gran sonrisa, mientras abrazaba a Mabel, con su fuerte, trabajado y sano cuerpo de manos maltratadas.

18 nov 2010

CUENTO CORTO



En sus cuentos -me refiero a mi hija-, que son breves, hay misterio, suspenso. Y siempre mata a alguien. Acababa de leerme el último, y en ese, moría el protagonista. Le dije: ¿Por qué no hacés que siga vivo? Ella me explicó: No me salía, no sabía cómo continuar, me cansé y, además, ya estuve mucho rato. Le sugerí: Seguí escribiéndolo mañana. Dijo: No; porque es un cuento corto.

Rolando Revagliatti

LA NIÑA PELIROJA

imagen de: Patricia Gonzalez Palacios

http://deluganoalaluna-up.blogspot.com/
Perdí la noción del tiempo y de las cosas. Sencillamente no sabía donde me encontraba. Hubo momentos en que no era capaz de recordar desde cuando estaba metida en aquélla pequeña habitación de la torre, donde solo escuchaba rumor de pasos, cuando el que me traía el alimento se acercaba arrastrando los pies hasta la hendija por la cual metía el plato y el vaso con agua, pero por donde me era imposible ver su rostro.

Sabía que era un hombre, porque si podía observar sus bastas manos, y además debería ser mayor, por la forma lenta y pesada de su andar. Varias veces intenté hablarle; le suplicaba que me dijera una palabra, cualquier cosa, pero el silencio fue siempre mi respuesta, así que finalmente cansada de llantos y ruegos, opté por guardar también yo silencio.

Desde la ventana de vidrios opacos, herméticamente cerrada, me entretenía viendo a los paseantes, pero ya había comprobado que por algún motivo de orden tecnológico que no estaba capacitada para dilucidar, yo no era ni vista ni escuchada desde fuera, así que esa esperanza también estaba agotada.

Me parecía un poco anticuada la vestimenta que me habían dado, algo pasada de moda, pensaba yo, para el pleno Siglo XX, pero ni modo, las instrucciones que siempre se me hacían llegar por escrito estipulaban, so pena de no se cuantos castigos, que así debería estar vestida. Francamente lo que menos comprendía era para que el uso del gorrito tipo holandés, cuando jamás salía a que me diera el aire.

Hice mi mundo allí adentro. Comencé a pensar que nada es para siempre y que llegaría el día en que mi vida cambiaría. Tengo alimento, ropa, puedo bañarme cuado lo deseo, así que desesperarme solo me va a traer problemas nerviosos, quizás hasta me enferme. A partir de hoy me dedicaré a soñar. Intentaré prefabricar mis sueños, iniciarlos cuando esté despierta y así obligarme a continuarlos cuando me duerma.

Todo comenzó a mejorar. Hubo un sueño que se volvió recurrente. Un enorme gato negro – al principio llegué a pensar si no sería un mal augurio- lograba deshacer el material de la ventana con su aliento, y con gestos totalmente comprensibles me decía desde fuera, manteniéndose en el aire mediante no se que magia, que me subiera en su lomo, que el me sacaría de allí.
Una noche de lluvia, cuya claridad era más que sorprendente, pues la luna era apenas un hilo delgadito que sin embargo alumbraba prodigiosamente, me vi de improviso en la ventana, completamente abierta, y el gato de mis sueños allí estaba hablándome en un idioma que me era familiar, conminándome a que me subiera sobre el...La luna, tan bajita que casi podía tocarla, había enredado en una de sus puntas mi larga bufanda de lunares, la cual balanceaba ante mis ojos para que me asiera de ella.

Todo fue real, lo juro. Lo se porque mi ropa se humedeció con las gotas de lluvia, y además veía claramente los paraguas de colores que llevaban las personas que aceleradamente iban hacia su destino...

Aun hoy, pasados muchos años, sigo preguntándome quienes eran los que me retuvieron y porqué, ya que jamás logré verlos. De que realidades estaría hecho aquél gato negro que me depositó a las puertas de mi casa en un santiamén y que solo me hizo un movimiento de saludo con su rabo cuando se alejó – estoy segura – hacia la luna que lo esperaba.
A veces me pregunto... ¿será que en aquél país, o en aquélla estrella donde estuve, no existían las niñas pelirrojas?

ADELFA MARTÌN

23 oct 2010

UNA HISTORIA TRAS LA PUERTA

Ángel trabajaba en la oficina principal de la estación de trenes de la ciudad de Pergamino, más exactamente en la antigua línea que perteneciera al Ferrocarril del Oeste y que unía Pergamino con San Nicolás. Pero puedo decir que Ángel no trabaja en la estación sino que vivía en ella, y no lo digo porque pasara más hora en el trabajo que en su casa, lo digo por la pasión que él sentía por el mundo ferroviario, amaba los trenes, disfrutaba imaginando historias de personas de todas las edades que cada día partían en busca de un destino, y de personas que cada día llegaban a esa pujante ciudad en busca de un destino, Ángel amaba ese cálido lugar que unía su ciudad con el resto del país.


A principios de Diciembre de 1957 el superior de Ángel, Don Carlos, le comunica que el jefe de la estación Acevedo ha muerto de un problema cardíaco y que debía reemplazarlo antes de que termine el año. Luego de unos segundos de haber recibido la noticia reaccionó y lo invadió una pesada tristeza que lo dejó paralizado. Esa noche, y casi sin haber emitido palabra en toda la tarde, fue hacia la casa de su amada Rosita a compartir sus sentimientos y contarle la novedad. Entre mate y mate llegaron a la conclusión de que no era tan malo el asunto, Acevedo era un pueblo tranquilo y estaba a unos pocos kilómetros de la ciudad, además reemplazar a un encargado significaba un aumento de sueldo que por supuesto vendría muy bien. Así que la idea de casarse terminó de madurar después de estos cambios que sucederían en sus vidas, así lo hicieron ese mismo mes, y para fin de año estaban instalados en un no muy grande pero si cálido hogar.

Rosita llegó a sentir la misma pasión que Ángel por el mundo ferroviario, y a sentirse inmensamente feliz al ver de cerca como su amado disfrutaba y como ambos habían logrado una vida feliz estando juntos.

Era una estrellada y tibia noche de Noviembre del año 1961, cuando ella lee en voz alta la carta que había llegado esa tarde y había sido enviada por Don Carlos. “Ángel, lamento mucho comunicarte que el 1º de Diciembre próximo el ramal Pergamino-San Nicolás quedará clausurado para siempre…” Esta vez una angustia como nunca había experimentado antes invadió a Ángel, en pocos segundos pasaron muchas imágenes por su mente, imaginó mucha gente no saliendo más en busca de su destino, imagino a mucha gente no llegando nunca más en busca de su destino, sintió el vació, sintió que parte de su vida se derrumbaba, sintió muy de cerca la desesperanza.

Luego del consuelo de Rosita hacia él y de tratar de replantear el futuro, Ángel pidió unos días para estar solo, y con el consentimiento de ella se fue a la ciudad, a la casa de sus padres, allí en su habitación pasaba sus días. El tiempo transcurrido comenzó a preocupar a Rosita y partió a casa de sus suegros. Ahora ella debía experimentar el dolor que antes había pasado su media naranja, y mucho más intenso. Los padres no pudieron detenerlo y Ángel se fué a Buenos Aires y allí tomó un avión hacia Brasil donde vivía un amigo ex ferroviario, ya no había forma de comunicarse con él.

Estamos en el año 2009 y Rosita vive sola en la estación, cuidando de sus animales y de sus mascotas, hermoseando el jardín que hizo con dedicación donde antes estaba el andén, recibiendo visitas de amigos y parientes; y alguna vez recibiendo la visita de quien escribe.

Desde aquel Diciembre de 1961 ella no volvió a tener noticias de Ángel.

Tras esa puerta estuvo la esperanza, estuvo el amor, la alegría, la felicidad, la vida…tras esa puerta estuvo la desazón, estuvo la tristeza, el abandono, la desesperación, la incertidumbre, la desesperanza… tras esa puerta estuvo el tiempo, y nuevamente la esperanza.

Los nombres de personas que aparecen en este relato son ficticios, pero la historia está basada en hechos reales y esta mujer vive hoy en la estación Acevedo en el partido de Pergamino, al norte de la provincia de Bs.As.

Arte Joe
Foto de Joe

4 sept 2010

POSICIONES RELATIVAS

SELECCIONADO POR EDITORIAL DUNKEN, BUENOS AIRES 2007, PARA LA
ANTOLOGÍA “ LO QUE LLEGA A LA PLAYA”



Hay un dicho popular “ Qué vas a hacer Ñato, cuando estás abajo todos te fajan” pero la historia de Jacmél desdice esta aseveración.
Sucedió en la Martinica, Jacmél, nieto de esclavos, trabajador del azúcar, fue condenado a prisión de manera injusta, el culpable del delito había sido el hijo del patrón. Desde su cárcel bajo tierra, se lamentaba en creóle de su amargo destino, añoraba su vida libre, sus días de pesca a la sombra de los bosques tropicales, sus noches de amor cuando la luna indiscreta se metía entre los follajes de la selva y el estupor de la oscuridad. Pero una tarde de Mayo de 1902 la tierra tembló, en la superficie un viento violento precedió a la invasión de la nube ardiente; el Mont Peleé había erupcionado. En pocos minutos esta nube mató casi a los treinta mil habitantes de Saint Pierre, esta nube portadora de venenos, creadora de rocas y mortal para la
humanidad, arrasó con los pecadores, los inocentes, los bellos, los feos, los pobres, los ricos, los niños, los viejos. Jacmél y sus compañeros de prisión sobrevivieron por estar abajo de la catástrofe. Ahí también se cumplieron las reglas del Caos. La fuerza de la naturaleza no tiene principios humanos.****

ANA MARIA MANCEDA

28 ago 2010

ARCHIVO DE LOS OTROS






El Cuco se para junto al hombre que duerme y roba su sueño. Pasa de una alcoba a otra. Acumula sueños, tantos como quepan en su bolsa.
Es su antigua rutina, autoimpuesta, que completa lamentándose mientras revisa el botín.
Lamentarse es un proceso, lo conoce de memoria. Comienza al contar su tesoro y no puede evitar hacerlo con el mismo susurro que emplearía un glotón al elegir sus masas favoritas. Termina escribiendo la cifra final en un registro donde también detalla lo que observa al desplegarlos.
Los sueños robados huelen, para elegir cuál tomará en primer término se deja guiar por ese olor. Y accede al que lo atrae menos. Es su modo de jugar, su solitario de regla única: partir de las fantasías menores para llegar motivado a las visiones que abren camino, develan mundos, las visiones revolucionarias.
Todas las mañanas se propone quedarse quieto pero llega la noche y siempre lo vence la ansiedad, el miedo a la inmovilidad y el dolor que le produce la palabra siempre al recordarle su opuesta. Jamás. Jamás pudo generar sus propios sueños.
Todas las noches corre a buscar los ajenos.

Están cada vez más lejos.

patricia nasello

23 ago 2010

LOS JAZMINES TAMBIÉN PERFUMAN EN LA OSCURIDAD


autor: ANA MARÍA MANCEDA



El calor la asfixiaba. Desde el patio le llegaba el aroma de los jazmines del país,



penetrando y perfumando su piel. Se oía la estridente sinfonía que producía el croar de las ranas.



Corrió suavemente la cortina de encaje; la negra Tomi, como Rosarito la llamaba, cruzaba



su pesada silueta por entre las vasijas repletas de flores y esquivando diestramente el aljibe,



hacía equilibrio con una gran fuente repleta de pasteles que tenuemente brillaban de almíbar._



Seguramente los lleva para las habitaciones de la servidumbre, allí entre murmullos y suspicacias



sobre la vida de los patrones, entre risas pícaras y bebiendo chocolate o tés de yuyos humeantes,



vaciarían la bandeja, las muy diablas, pensó la joven.



La oscuridad iba cubriendo la ciudad, Rosarito apagó las velas del candelabro y con una



amplia capa negra se tapó el primoroso camisón de blancas puntillas que cubría su juvenil cuerpo.



Su pelo castaño quedó oculto bajo la capucha del abrigo. Salió sigilosa, la noche nublada presagiaba



lluvia, nada le importaba, su ilustre Tata estaría charlando y bebiendo licores con sus amigos en la



sala, dejando caer miradas lascivas sobre las caderas y pechos de las púberes esclavas. Su religiosa



madre rezaría el rosario, arrodillada ante el altar que dispuso en su cuarto, rogando por la bendición



de la virtud de su hija.



Se adentró por las calles barrosas, desoladas, apenas iluminadas. Sentía la libertad en su



cuerpo y en su alma. Salía a sentir la vida. Los olores eran más fuertes lejos de las rejas y los muros



de su poderosa familia. Las risas, el sonido de los tamboriles, reemplazaban a las tertulias de



intrigas políticas que predominaban en su casa. Quedaban en otro espacio, distantes, el sonido de



su piano, el aleteo de los abanico de las damas que tapaban el rubor ante un comentario indiscreto,



el rum-rum de las sedas y satenes, deslizándose por los brillantes baldosones.



Luego de andar unas cuadras, sintió unos pasos que se le aproximaban, su cuerpo se



estremeció, creyó desfallecer y se apoyó contra un viejo portal. Los pasos se acercaban, luego el



silencio. Todo era oscuro, pudo sentir el olor y la calidez de ese cuerpo tan deseado que a su vez



quedó impregnado del perfume a jazmines de la joven. Las blancas puntillas resaltaban aún más



entre las caricias de las oscuras manos de José. El torbellino sensual de los movimientos y las



quedas palabras amorosas fueron aquietando la pasión, de manera sutil regresó el silencio, solo



quedaba la débil vibración de las respiraciones entrecortadas.



El regreso fue escondido, ligero. La llovizna cómplice atenuaba el poco ruido que



producían los pasos juveniles. Ya dentro de la casa, al pasar por la habitación de la negra Tomi,



escuchó la música y las risas. No soportó dejar de compartir y sin dudarlo abrió la puerta y entró.



Las negras transformaron sus caras de alegría en las de terror, Rosario les hizo un gesto de silencio



con su dedo índice sobre su besada boca y un ademán como que sigan la fiesta y la fiesta siguió. La



niña tomó un pastel almibarado y lo comenzó a saborear plácidamente, mientras Tomi le alcanzaba



con sus morenas manos una taza de humeante té. Se miraron, Tomi le sonrió y Rosarito satisfecha



de tanto placer observó que la negra tenía la misma sonrisa que su hijo José.***

5 jul 2010

LAS LUCIÉRNAGAS DE LA CRUZ DEL SUR


Alcancé a plantar la última primavera en el macetero cuando comenzó


a llover, las montañas quedaron desdibujadas por el telón acuoso y ya no podía

disfrutar del verde intenso de los bosques, para mi sorpresa, se infiltraban entre

las gotas, incipientes copos de nieve que pugnaban por armarse y dominar la

precipitación. Estábamos a fines de septiembre, en el pueblo creíamos que ya había

caído la última nevada, pero la naturaleza sigue sus códigos, suspendo las tareas

en el jardín y entro a la casa, debo prender las leñas del hogar, el frío comienza a

sentirse.

Disfrutar de un café, mirar televisión, pequeño recreo, en pocas horas

estará la familia reunida y debo dedicarme a las tareas comunes.

Mami, la maestra te mandó un comunicado, debés firmarlo.

Querida, mi camisa gris la necesito para el jueves, tengo reunión.

No quiero tomar más sopa, estoy harto.

Planifiquemos el fin de semana largo, quizás un breve campamento.

¡Basta de rutina, relax, relax…!

Pero mi estado de relax salta como un resorte, en la pantalla está

la imagen de un hombre, un profesor en ciencias políticas español que visita

la Argentina, su nombre produce mi conmoción. ¡ José Carlos! Mi mente

comienza a desandar por un túnel que me lleva a recuerdos de la infancia.

Eran épocas de posguerra, una mañana en la cual el viento proveniente

del río traía anuncio de lluvias estivales, el barrio se vio alborotado. Habían

estacionado camiones del ejército en el “ campito” que algún día sería plaza,

de ellos comenzaron a bajar familias de inmigrantes. Era un acontecimiento

extraordinario, los vecinos salían a las puertas de sus casas a observar el suceso,

los más chicos cruzamos las calles y nos metimos en el “campito” para ver de cerca

todo lo que ocurría. Se veían personas de todas las edades, hablaban distintos

idiomas. De ahí en más la vida de ese barrio platense cambió totalmente.

el movimiento de los extranjeros. Yo los espiaba desde el dormitorio de mis padres

cuya ventana daba a la calle, tenía un mirador envidiable. Por la tarde me cruzaba

al campamento que habían levantado los nuevos y exóticos vecinos. Antes de

hacerlo arreglaba mi pelo con más esmero y robaba un poquitín de perfume a mi

madre, tenía doce años, los chicos inmigrantes me parecían hermosos. Algunos

eran introvertidos, otros más sociables, nos fuimos haciendo amigos. Con las chicas

de mi edad jugábamos a las figuritas, cara o seca, y a las muñecas. Entre todos a la

rayuela, escondidas, mancha venenosa o “Farolera Tropezó”. Si por alguna causa

no cruzaba me llamaban _¡Rita...Rita! y yo salía presurosa con mis figuritas, las

trenzas recién hechas por mi mamá y el corazón palpitante de ilusiones.

Predominaban españoles, vascos franceses y portugueses. Los

vascos eran los más bellos, los veía inalcanzables más aún cuando hablaban un

idioma tan diferente al nuestro. Cada familia vivía en grandes carpas pero al

poco tiempo comenzaron a construir sus propias casas sobre terrenos que el

gobierno les había adjudicado, cercanos a la plaza. Eran muy trabajadores y

hasta los niños colaboraban en la construcción de sus futuros hogares. ¡ Cómo

me cautivaba verlos en su rutina! Las mujeres lavaban la ropa en bateas y las

fregaban con cadenciosa energía mientras entonaban canciones de sus terruños.

Me sorprendía ver tomar el vino en un objeto de cuero que lo llamaban bota.

Don Ramón, el portugués, comía fideos al pesto y tomaba el vino de esa manera.

Aprendí muchas costumbres , entre ellas la de bailar la jota aragonesa, y no

dudo que ellos aprendieron tradiciones nuestras, el mate era un ritual que lo

asimilaron de manera entusiasta. Valoraban sobre manera lo que obtenían, eran

muy ahorrativos, esto les daba un ligero aire de superioridad respecto a nuestras

costumbres, no podían creer la cantidad de alimentos que ingeríamos. ¡Nuestros

famosos asados! Fue una época muy feliz. Luego de la cena, en las noches de

verano de calor abrumador, nuestros padres nos dejaban jugar hasta tarde, a esa

hora preferíamos jugar a las escondidas, la noche participaba cómplice de nuestros

refugios.

¡Rita! Época de sueños, rasguños a un futuro inventado, mejillas coloradas y

oleadas de sensaciones nuevas en el cuerpo. Sentido de vergüenza, la religión

implacable con su dedo acusatorio respecto a esas sensaciones. Culpas, culpas.

Pero la vida siempre gana. La intensidad de la vida.

La plaza tenía luz en las esquinas y como era de una manzana de

extensión, predominaba la oscuridad, cada carpa tenía sus propios faroles.

Recordando las imágenes de ese pasado se me ocurren que eran mágicas. Las

noches estrelladas en las que reinaba la Cruz del Sur, era para los inmigrantes la

realidad que les señalaba el cosmos de encontrarse al sur del planeta y tan lejos de

sus patrias. Miles, miles de luciérnagas danzaban alrededor de nuestras correrías.

Gritos, risas y silencios. Cuando la lluvia acechaba se sumaban a nuestro juvenil

alboroto el canto de los grillos y el croar de las ranas. Durante nuestro escondite, el

silencio dejaba escuchar nostálgicas castañuelas o dulces melodías portuguesas.

¡ Cómo que no se ve La Cruz Del Sur!

¡ Y las Tres Marías tampoco?

- ¿Qué constelaciones se ven en el Hemisferio Norte?

Con el tiempo me incliné hacia la amistad de un “Galleguito” que en

realidad era de la zona de Valencia. Contaba de su hermosa ciudad de Alicante, el

mar Mediterráneo, el Monte Benacantil con su castillo de Santa Bàrbara, los

Festejos en las noches de San Juan con sus hogueras durante el solsticio de verano,

los fuegos artificiales, la tarta de atún que comían para la ocasión, fiestas cuyos

orígenes se perdían en la noche del tiempo. Yo quería estar todo el día con él, José

Carlos era el más serio del grupo, tenía quince años y una belleza enternecedora.

Su piel de nácar resaltaba sus grandes ojos negros y el gracejo que tenía para

hablar me tenían en un estado de éxtasis. Una de esas tantas noches jugábamos a

las escondidas, pero las reglas del juego, supongo que lo decidimos pícaramente,

era hacerlo por parejas. Yo, embriagada de vida, me adorné el pelo y la frente con

luciérnagas y en los dedos lucía anillos de falsos diamantes. Estaba iluminada, las

estrellas habían descendido para embellecer mi felicidad. Así, radiante de la mano

de mi príncipe extranjero, corrimos a escondernos. Nos arrodillamos, entre unos

pastos altos que crecían a la vera de la calle cuyas flores exhalaban un perfume

exquisito, nos miramos, fueron instantes sagrados, los sentimientos quedan

paralizados, es como una foto del alma. El mundo seguía su movimiento y nosotros

ahí, atrapados en las redes del espacio y el tiempo ¡ Flasch! y te marca para toda la

vida. ¡ Doce y quince años! y la Cruz del Sur, las luciérnagas y la vida que seguirá

de manera inexorable su camino. Nos tomamos de las manos sin hablar, de pronto

me abrazó y se puso a llorar. En ese momento comencé a dejar el juego de la niñez

para andar por otro sendero, el más espinoso, es el camino en el que juegan los

adultos y así como destrocé luciérnagas para adornarme, así destruyeron los

adultos nuestro mundo de niños. Es la guerra, es el hambre, José Carlos me contó

por la tragedia que había pasado con su madre durante la Guerra Civil Española,

la lucha, la dictadura de Franco. Lograron llegar a América , cobijados por su tía,

que era mi vecina, pero sólo pensaban en regresar, su padre estaba preso, fue

combatiente republicano. Y así lo hicieron, nunca más supe de él hasta hoy.

Y la niñez se fue y las noches del estío en la ciudad de La Plata

iluminadas por las luciérnagas y la Cruz del Sur y nosotros, maravillosos niños

arrodillados, quedaron para siempre.

Mi piel tensa y húmeda por la emoción sintió un escalofrío, tenía su

imagen de hombre ante mí. José Carlos pudo triunfar sobre su dolor, me sentí

feliz de haber sido un pequeño eslabón en una etapa maravillosa de la vida.

Sentí pasos sobre la nieve acumulada en el jardín de este lugar

patagónico. Con lágrimas en los ojos me levanté para espiar por la ventana

el arribo de mi familia, la que armé con el hombre que fue mi compañero del

espinoso camino, el de la lucha cotidiana, con el que juntos sufrimos los dramáticos

sucesos, aquí también ocurrieron, de este difícil, solidario, inmaduro, ultrajado,

bello país que se encuentra bajo la Cruz del Sur.**************************

En Inmigración, Arte y Cultura ( Buenos Aires)y Revista Perito ( Alicante,

España)

16 jun 2010

EL MÁS VIEJO DEL MUNDO




Ni siquiera los libros de magia, ni Borellus ni Paracelso ni Hermes
Trimegisto lograban conmoverlo.  Ni el escarabajo azul convertido en
piedra por la mirada de una Gorgona, ni la ponzoñosa túnica en jirones
de la pérfida Deyanira (prudentemente encerrada en un frasco de
vidrio), ni el dodecaedro de pálido mármol que descansaba sobre un
pedestal de humo negro.
Un solo elemento acaparaba la atención del viejo coleccionista de
antigüedades: un singular objeto que lo desvelaba hasta privarlo casi
de la razón.
Sin embargo este objeto permanecía oculto en una hermética caja de
madera que decoraba su gabinete.  Sabía de qué se trataba,  pero
ignoraba su apariencia.
Sobre la caja se leía una inscripción, una nefasta inscripción incisa
en antiguos caracteres  y descifrada por el anticuario: ”el que no
debe ser visto”.  Auguraba además su destrucción en el caso de ser
abierta la caja.
El anciano imaginaba el objeto en cada uno de los hipotéticos
detalles, y lo deseaba intensamente. La fatal escritura  atormentaba
su cerebro machacándolo a cada instante:  “el que no debe ser visto”.
Siguió resistiendo la tentación de abrir la caja, hasta que una tarde
se decidió a destaparla, aun a riesgo de perder la fortuna
temerariamente invertida.
Con el enigma castigando sus ojos metió una fina hoja de acero en la
hendidura leñosa y durante toda la noche combatió sin descanso contra
el tenaz  ensimismamiento de la caja.  Al fin lo venció.
En su interior, envuelto en un grueso paño, yacía el objeto.   Con una
mirada brutalmente sabia el anticuario pareció traspasar el espesor de
la tela.   Con ágiles movimientos de experto la retiró y descubrió
tres envoltorios más,  hechos con oscuros papeles de seda: uno doblado
hacia abajo, otro hacia arriba, y el tercero nuevamente hacia abajo.
Durante años los envoltorios habían preservado de la claridad al
objeto.
Se hizo entonces visible lo que tanto había deseado, y el
coleccionista supo entonces que no le habían mentido.  Ceñido en un
antiguo marco de plata labrada resplandecía un espejo, el más viejo
del mundo.
Lo acarició con deleite mientras se contemplaba en él. Ninguna
superficie había reproducido con tal fidelidad de líneas  sus rasgos.
Sólo unas esquirlas de luz delataron su enfermiza ambición en el
andamiaje sombrío de las pupilas.  Y al comprobar la falta del
apocalíptico presagio el entusiasmo creció.
Acaso “el que no debía ser visto”  se había reducido a cenizas…  O
habría estallado en pedazos cubriéndolo de infortunio…O simplemente se
había escurrido de sus manos transformado en arena…  La felicidad
permaneció todavía por unos segundos. Luego una mínima pero creciente
convexidad   empezó a modificar la superficie pulida.  Un
comportamiento anómalo en el agua del espejo la hizo subir hasta
desparramarse, hasta caer transformada en imágenes por sobre los
bordes del marco.  Mientras el sorprendido anciano llevaba una de sus
manos a la boca y una gota plateada lo invadía  con un inesperado
sabor metálico, delgadísimas láminas fluyeron de la profundidad del
espejo, inundaron el piso de la habitación, se arremolinaron en los
rincones, y ya libres buscaron la calle.

La imagen del rostro azorado del  coleccionista había rebasado el
espejo. Un espejo repleto de figuras, un espejo harto de acumular, de
repetir, de ilustrar servilmente las formas de este mundo.

roberto angel merlo

17 may 2010

LA PRIMERA ESTRELLA




Se está haciendo la noche, el atardecer deja sus últimos destellos en el cielo naranja,
Un trinar de pájaros se acerca a las ramas para cobijar sus sueños.
Algún perro aúlla a lo lejos. Se escucha el mugir de alguna vaca que quedó extraviada.
Siempre es igual.
Cada atardecer me llego hasta la tranquera, para mirar el cielo y ver la primera estrella.
Aquí en mis pagos dicen que es buena suerte mirarla y pedirle un deseo.
¡Hace ya tanto que vengo!, parece que ella no me ha visto todavía, porque ni ahí se
cumple lo que pido.
Sería tan lindo, verla regresar a la máma, por el camino de donde partió, que vuelva a la
 casa con nosotros, somos sus hijos.
Se fue tan pronto, cuando todavía la necesitábamos.
Nos dejo a la Lucila, que era como

un puñadito de algodón entre las manos del tata, que lloraba.
Lloraban los dos, yo no comprendía, Luciano tampoco.
Nos tomamos de la mano y esperamos que el tata nos contara.
Fue feo, triste lo que nos dijo, que la máma se tenía que ir al cielo y nos dejaba de regalo
 a la Lucila, para que nosotros la hiciéramos crecer fuerte y guapa como era ella.
Nada entendíamos, ¿Si en la pieza estaba la máma gritando? Esperando que llegue la Lucila
que no sabíamos si sería ella, o el Francisco, como le queríamos poner nosotros, porque el
Luciano y yo no queríamos una nena, queríamos un varón para hacerlo bien machote y duro,
ya teníamos siete y ocho años, y éramos unos “hombres”.
Por eso no entendíamos que la mama se haya ido y nos dejara a la Lucila para que la criáramos.
¿Qué haríamos nosotros con una nena? ¿Va querer jugar a la pelota? ¿Andar a caballo por los
montes, corriendo entre los arboles?
¿Ayudar al tata a ordeñar las vacas? Eso es cosa de hombres, ¿Que vamos hacer con ella?
Por eso, yo vengo todas las tardes a pedirle a la primera estrella que me devuelvan a la máma,
La extrañamos mucho
fin
MARÍA ROSA.