2 ene 2013

La niña de los fósforos

[Cuento infantil. Texto completo.]Hans Christian Andersen
¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta. Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron! Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad. Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos.Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío. En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero centavo; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla! Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello; pero no estaba ella para presumir.
En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo. Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; solo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas. Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa. Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a esta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana. Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan solo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante. Millares de velitas ardían en las ramas verdes, y de estas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo. Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.
«Alguien se está muriendo» -pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho:
-Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad.
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. Nunca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo. La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver sentado con sus fósforos: un paquetito que parecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente. Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
FIN

20 jun 2011

CITA VIRTUAL


A lo lejos, como cubierto por un ropaje gris, amarillo en el fondo, semejaba la cúpula de una gran catedral;
A la izquierda, el sinuoso camino de los que escriben y, un poeta leyendo sus versos a un auditorio sordo.
 Seguí de largo simulando no ver las perspectivas  y volúmenes de un cuadro inconcluso, colgado de un imaginario estandarte exital. También fui sordo a las notas Bethovianas que incitaban al inicio de un concierto operático.
¡Alguna relación secreta, que el vulgo no entiende, debe tener ese paisaje, sus personajes y expresiones artísticas…! Pensé.
Mi reloj biológico marcaba la hora en punto para la cita.
Allí… sobre esa gran cúpula, que a momentos se me antojaba de basura, estaba silencioso, meditaba, como esperándome. Ascendí hasta estar frente a frente. Nos sentamos a la sombra de las silenciosas mayorías lumpenalísticas, donde gira el confuso montón esponjoso, traslúcido, de la opaca realidad.
-“…Esa masa, está atravesada por corrientes y flujos de estadistas y politiqueros, semejante a la materia y a los elementos naturales; esa es la sociedad. Envuelta está, como por una estática  magnetizada y, casi siempre hace tierra, como antena, a masa de un pararrayos, absorbiendo toda la energía de lo social, de lo político, de lo económico ¡Y la absorbe toda! Neutralizándola sin retorno”…
“…No es un buen hilo conductor ni de lo político, ni de lo social, ni de lo económico, ni de lo cultural. Todo lo atraviesa, todo lo imanta; todo se  difunde en ella sin dejar huella y, la apelación de artistas y del pueblo, en el fondo, siempre queda sin respuesta. No irradia; al contrario, absorbe la energía de las radiaciones negativas del Estado, de la política, de la cultura; ella es la inercia socializada ¡Es el poder de la inercia!”...
Aunque en lontananza contemplé un destello titilante, entre verde y azul, no quise interrumpir su monologo; me limité a escuchar lo que decía o, murmuraba:
-“…En la imaginaria representatividad, esa masa flota en alguna parte de la espontaneidad semi salvaje, y la pasividad semi servil, pero nunca dejará de ser una potencial energía social; esto será cuando haciendo uso de la palabra se torne en protagonista de su propia historia y, deje de ser un algo flotante en la mar de la pasividad”...
 ¡…El silencio es su potencial! ¡Ay, está intacto…!
…En el claro oscuro de su inconsciencia social hay un remolino de inquietudes y esperanzas que atraviesan el vacio social ¡Esa es la masa!...
…Un vacio de individuales partículas, de impulsos que absorbe todas las energías que la rodean, para concluir derrumbándose en su propio peso; ¡Agujero negro éste, en que se precipita lo social!...
…¡Su historia hay que escribir! ¡Sus energías virtuales que liberar! Su potencia es actual; está intacta”…
  Ego, se silenció  sumergiéndose en leve letargo, como imantizado en su propia energía.
 Bajé, entonces, en compañía de mí “Yo”, de la cumbre de mi cerebro

CUENTO DEL LIBRO "CUENTOS Y LEYENDAS DEL CAFE DE LA ESQUINA" DE J.MARUARI