28 ago 2010

ARCHIVO DE LOS OTROS






El Cuco se para junto al hombre que duerme y roba su sueño. Pasa de una alcoba a otra. Acumula sueños, tantos como quepan en su bolsa.
Es su antigua rutina, autoimpuesta, que completa lamentándose mientras revisa el botín.
Lamentarse es un proceso, lo conoce de memoria. Comienza al contar su tesoro y no puede evitar hacerlo con el mismo susurro que emplearía un glotón al elegir sus masas favoritas. Termina escribiendo la cifra final en un registro donde también detalla lo que observa al desplegarlos.
Los sueños robados huelen, para elegir cuál tomará en primer término se deja guiar por ese olor. Y accede al que lo atrae menos. Es su modo de jugar, su solitario de regla única: partir de las fantasías menores para llegar motivado a las visiones que abren camino, develan mundos, las visiones revolucionarias.
Todas las mañanas se propone quedarse quieto pero llega la noche y siempre lo vence la ansiedad, el miedo a la inmovilidad y el dolor que le produce la palabra siempre al recordarle su opuesta. Jamás. Jamás pudo generar sus propios sueños.
Todas las noches corre a buscar los ajenos.

Están cada vez más lejos.

patricia nasello