Se despertó en la oscuridad, un mareo raro le daba vueltas en la cabeza... una sensación difícil de explicar, una desorientación que no le permitía terminar de entender dónde estaba... le costaba reconocer algo en la penumbra del cuarto. Una suavidad desconocida en las sábanas le hicieron creer que estaba entre algodones, o mejor, entre seda. Trató de alcanzar la linterna que siempre tenía sobre la silla que oficiaba de mesa de luz, pero su mano chocó con algo que le pareció de vidrio, que cayó con estrépito al piso. El ruido sordo de eso al golpear el suelo lo terminó de despertar... en ese momento su pierna sintió el roce con un cuerpo que lo aterró, justo cuando se encendía una luz.
- Qué te pasa Lautaro? Preguntó una cara bellísima con una caballera lisa y platinada que estaba a centímetros de su rostro.
No pudo reprimir un grito y se sentó en la cama de un salto
- Vos quién sos?... preguntó aterrado
- Que te pasa Lau? Estás soñando? Te sentís bien? El cuerpo escultural de la rubia quedó a la vista al correrse unas sábanas que evidentemente eran de seda.
Carlos no entendía nada, miraba con asombro y miedo el cuarto magnífico donde se encontraba en una cama con una rubia increíble, que desnuda, le acariciaba la cabeza y trataba de tranquilizarlo. La apartó y se puso de pié, instantáneamente comprendió que él también estaba desnudo e instintivamente cubrió sus sexo con la mano, mientras la rubia dibujaba una sonrisa.
Miró a la izquierda y vio una puerta que daba a un baño, fue a velocidad hacia allí y tanteando en la oscuridad encendió la luz. El baño tenía una bañera como nunca había visto, enorme y llena de tubos y salidas plateadas, a un costado había dos piletas y dos espejos. Allí abrió rápidamente la canilla y se mojó la cara, cuando levantó el rostro para mirarse al espejo, una cara que no era de él lo miraba con asombro. La impresión lo venció y perdió el conocimiento.
Despertó en el cuarto de una clínica, la rubia, ahora vestida, le sostenía la mano, junto a ella una pareja mayor lo miraba con preocupación
- Ay Lautaro, que dolores de cabeza nos traes.. a vos te parece?, la pobre Bárbara no llamó a las cuatro de la mañana desesperada... tenés que parar con los excesos...- Lau, me hiciste morir del susto cuando te vi desmayado en el baño, como te sentís?, le preguntó la rubia que ahora se llamaba Bárbara
Carlos no entendía absolutamente nada, no sabía quiénes eran éstas personas, ni donde estaba... tampoco estaba seguro de quién era él.
Trató de hacer memoria y recordó quién era, desde luego no era Lautaro, él era Carlos un albañil de obra que trabajaba en un edificio de la calle Cangallo hasta recordaba la última mañana antes de despertarse en ese lugar.
Tenía las manos resecas y doloridas, el frío de esa mañana le pesaba en los hombros y las bolsas de cemento incrementaban su peso relativo a medida que las iba apilando prolijamente a un costado de la mezcladora. Carlos era un muchacho joven, pero el rudo trabajo de albañil lo había gastado y parecía mayor de los veintiocho años que tenía, su vida nunca había sido fácil; de padre desconocido y seis hermanos, las privaciones siempre habían sido la compañía angustiosa desde su infancia. Pero no todo era malo, era fuerte y sano, el ejercicio diario de su trabajo le daba un cuerpo esbelto y trabajado. Vivía en la villa con su madre y varios de sus hermanos, a los que mantenía con su trabajo. Mabel se llamaba su novia, una morocha delgada y cariñosa que lo esperaba todas las tardes es su pieza, con mates calientes y besos aún mas.
Poco a poco las cosas en su cabeza se iban acomodando.
Recordó también el edificio donde trabajaba, y en ese momento, un rayo de luz se hizo en su mente. Recordó dónde había visto la cara que lo miraba desde el espejo cuando despertó con la rubia.
Trabajaba en el sexto piso de la obra y desde allí veía todos los días el departamento de esa cara, de Lautaro.
Todas las mañanas al pararse al borde de la losa para alimentar la mezcladora miraba las ventanas del edificio vecino. Allí veía a ese muchacho y su rubia, registraba en su mente las cosas que hacía, el lujo de su departamento y su ropa. El enorme televisor del living que hasta él desde ahí podía ver. Lo veía hacer gimnasia en ese raro aparato parecido a una bicicleta.
Recordó también que muchas veces había deseado la vida de ese muchacho... no tener que sufrir el frío de las mañanas, tener las manos sanas de solo manejar esa computadora chiquita que se veía en el sillón... manejar ese auto sin techo con el que salía del edificio al mediodía, para llevar a la rubia a alguna parte.
Mientras él hombreaba esas pesadas bolsas de cemento, el chico del departamento miraba el fútbol desde el gigantesco televisor o tomaba de esas botellas raras de colores que tenía en un carrito gracioso junto al sillón.
Carlos comenzó a entender lo que pasaba.
Por alguna razón, él ahora era Lautaro... de alguna forma se había convertido en el muchacho de la ventana y estaba viviendo su vida... era como un sueño; como ganarse una extraña lotería donde su deseo había sido cumplido.
No mas mañanas de frío. No mas tener las manos destruidas por el cemento, no mas viajar colgado del colectivo soportando los apretujones y la húmeda viscosidad de los pasajeros. No mas dormir en el suelo rogando que no lloviera.
Decidió que le gustaba lo que pasó y que lo viviría a fondo. Que sería Lautaro y disfrutaría de la vida tal como lo había deseado cuando miraba las ventanas del muchacho.
Quizá extrañaría un poco a Mabel, pero la impresionante rubia seguramente lo ayudaría a olvidarla.
El nuevo Lautaro fingió una total pérdida de memoria y así se lo dijo a los médicos que lo atendían.
- Pobre mi Lau... repetía la rubia entre mimos y mohines
- Hijo, vamos a ayudarte a recuperar la memoria, le dijo el hombre que era evidentemente el padre de Lautaro
Dos días después le dieron el alta en la clínica y sus nuevos padres lo llevaron en un auto impresionante a una casa enorme en un lugar donde unos guardias cuidaban la entrada. Carlos-Lautaro festejaba su buena suerte y disfrutaba de los placeres de una vida que desconocía por completo.
Dormía hasta la hora que le daba la gana, comía cosas exquisitas que no conocía ni de nombre, lo llevaban a todas partes en auto y como él no sabía manejar, fingía que no se sentía seguro y hacía que la rubia manejara el auto sin techo que tanto había admirado desde la losa de la obra.
Se bañaba en la enorme pileta de la casa de sus nuevos padres y en su billetera tenía mas dinero junto del que había visto nunca en su vida. Todo eran placeres y sensaciones desconocidas... sábanas mas suaves que una caricia, bebidas de sabores increíbles. Conoció toda clase de personas que se compadecían de él y le contaban cosas que Lautaro había hecho. Él se asombraba de la vida que llevaban esas personas y que era tan distante de la que había vivido.
Alguna vez recordó con cierta nostalgia a Mabel, pero la rubia, en esa bañera llena de burbujas haciéndole toda clase de cosas, lo hacían olvidarla completamente...
Varias veces le preguntaron si quería volver a su departamento, pero él, sistemáticamente se negaba, secretamente temía encontrarse con la mirada del otro Carlos-Lautaro, que lo miraría con odio, o quién sabe como, desde la obra de enfrente.
Así pasaron dos meses, donde el nuevo Lautaro hizo una vida que Carlos ni siquiera había visto por televisión, conoció lugares que no podía imaginar y vivió las noches mas increíbles con la rubia.
Vaya si tengo suerte, pensó... esto es mejor que ganarse la lotería.
Una mañana sintió un fuerte dolor en los huesos, pensó que descansado se le pasaría pero no fue así. El dolor se hacía todos los días un poco mas fuerte.
Una noche se despertó mareado y la rubia lo acompañó al baño, cuando quiso mojarse la cara todo le dio vueltas y se desmayó.
Despertó en la clínica que había estado antes. La pareja mayor y la rubia lo miraban con caras angustiadas y los médicos no le miraban los ojos. Algo no andaba bien, ya no le dolía el cuerpo y no entendía por qué lo tenían aún allí si ni siquiera le daban medicamentos.
Dos días después la rubia y los padres de Lautaro decidieron llevarlo al departamento para que esté mas cómodo.
Allí reconoció todas las cosas que Carlos siempre había visto desde enfrente, se sentó en el sillón y bebió de las bebidas del carrito, abrió la computadora, pero desde luego no sabía usarla. La rubia había cambiado la expresión que ahora era triste, lo acariciaba todo el tiempo pero no quería tener sexo. Él se sentía bien y quería volver a la otra casa pero los padres le dijeron que no era conveniente, que era mejor estar allí, cerca de la clínica.
Evitaba en todo momento mirar la obra de enfrente, no fuera a ser que viera a Carlos.
Así pasaron tres días donde hizo todo lo que deseaba cuando era Carlos y miraba todo desde afuera. Hasta que una mañana perdió el pié y cayó al piso.
La rubia, desesperada, llamó a los padres y a la clínica, y en menos de media hora lo subían a una camilla.
- La leucemia ya es terminal, creo que nos estamos enfrentando al final, sería conveniente que hiciera ir un sacerdote a la clínica, esperemos que llegue, le dijo en un susurro el médico al padre de Lautaro en la otra habitación.
Mientras tanto los camilleros llegaban ya a la calle, y allí, desde esa posición Lautaro pudo ver como Mabel (su Mabel) le daba un beso a Carlos mientras le daba un sándwich de milanesa.
La miradas de ambos se cruzaron y el falso Carlos, desde allá arriba lo miró directo a los ojos, con una gran sonrisa, mientras abrazaba a Mabel, con su fuerte, trabajado y sano cuerpo de manos maltratadas.