27 sept 2009

A LAS DOCE



- ¿Qué te pasa Matías que estás tan triste? – Nada mama – A mi no me vas a engañar. A vos te pasa algo. ¿Estás cansado? Si ya no vas a la escuela. Hasta tu burrito está descansando.

Ahora que estamos solos, contame que te pasa. ¿Tienes fiebre? – No mama, sólo tengo una cosita aquí (se señala el pecho). – Así ¿y que es eso? – No sé, pero cuando hemos ido a la ciudad con la Srta. Chichí, en la televisión decían a cada rato que iba a llegar Papá Noel, con muchos regalos y nosotros no lo hemos visto, para aquí nunca ha venido. - ¿Y eso te pone triste? – Si, porque quisiera que mis hermanitos y yo también tengamos regalos coloridos y que todo esté pintado de colorado, verde y dorado. Y un árbol grande lleno de regalos, tarjetas y cartas, como el de la ciudad.

¡Ay! Matías, es la primera vez que me hablas de esas cosas, yo no sabía que existía ese Papá Noel. Debe ser alguien de otro lado, algún extranjero, porque yo no nunca loi escuchao nombrar. Y los colores hijo aquí también podemos adornar con talas, tuscas, paraísos, mistoles…

Al oro lo vamos a poner con los ramilletes de las tipas, las quellosisas y las florcitas de las tuscas, y al colorado con todas las flores del geranio que tu papá ha traído de Tucumán. Si, nosotros también tenemos esos colores, Matías. Nada más, que capaz que no los sabemos acomodar bien. Te prometo que yo te lo voy a preparar un árbol grande y hasta le vamos a poner papel celofán, que nos ha mandado tu tía Elena, en la última encomienda de Buenos Aires.

Y si te parece poco, hasta te lo puedo poner pedacitos de lana de colores de la última manta que estoy tejiendo para venderla.

- Está bien mama, no se preocupe tanto. Yo de flojo nomás mi puesto triste, por esas cosas que ni conocemos nosotros. ¡Pero es que me han gustado tanto los colores y los brillos!

- Hijo, usted tiene que estudiar mucho. Me ha dicho la Srta. Chichí que es muy capaz, así que después va a ir a la ciudad para estudiar. Se va a recibir para poder comprar y adornar todos los árboles que quiera, mi muchachito. Y ahí también sabrá bien quien es ese Papá Noel.

Nosotros también vamos a celebrar el nacimiento del Niñito como todos los años. La bendición hijo, y vaya nomás a dormir, ahora es tiempo de descanso.

Al día siguiente. Matías estaba pensativo y su mamá volvió a arremeter con las preguntas - ¿Y ahora que pasa hijo? ¿Siempre preocupado? – bah mama, ni yo mismo se que me pasa. Hoy me he puesto a pensar que como somos pobres y no hay trabajo mi papá nunca está en la casa. Si no va pa la cosecha de la papa, va para el maíz, el algodón o la caña de azúcar. Yo hago cosas de hombre, porque casi no hay hombre en la casa.

- Matías vos sos un niño y debes vivir así como un niño. No quiero que hagas tareas de grande, porque vos no sos un hombre. Te faltan años, mi muchachito. A mi me gusta mucho cuando juegas con tus hermanos al “oíto chipaco”, a las bolitas y a las escondidas. Hasta cuando la Carmen se anima a contar saltiando y yo me río de lejos.

- Tu papá tiene que irse porque si él no trabaja ¿de que vamos a vivir? Vos tienes razón, pero yo demoro para terminar un frazadón. Y eso no alcanza hijo, cada vez es más difícil todo. Con la gracia de Dios, ustedes son sanitos, fuertes, mis buenos compañeritos.

Matías la besa con inmenso amor a su mamá y queda un rato abrazándola.

- Mama hoy mi estao acordando todo el día del abuelo Zacarías y me he ido a rezarle en la cruz, donde ha caído muerto, de tanto y tanto hachar quebrachos y nadie nos a pagao por su vida. Nadie, mama. Y tan bueno que era. Nunca me voy a olvidar de sus hermosos cuentos de animales; ¡Y cómo los contaba! Sobre todo el del zorro, que les ganaba siempre con sus picardías y sus andadas.

Cada vez que me acuerdo de mi abuelito, le doy gracias a mi Diosito de que mi papá no sea hachero. Me duele el alma cuando oigo el ruido del hacha en el potrero de Don Elpidio. ¡Este hombre si que se está acabando la vida! Siempre lo estoy espiando, porque tengo miedo que le pase lo del abuelo y no tenga quien lo ayude. Está tan solo. No tiene ni siquiera un nietito a quien acariciar, pobrecito.

Su madre se acerca, le acaricia el pelo, le besa las manitas pequeñas y callosas y lo acuna en su regazo. – Ya va a llegar el día en que tu papá podrá encontrar un trabajo aquí cerca de nuestra casa, para que no tenga que irse nunca más. Si para nosotros m’hijito, también tiene que llegar la oportunidad de vivir mejor. Lo mas importante, Matías, es que nos queremos mucho y que somos muy unidos.

- Mamita, yo no estoy desconforme con nada, les agradezco a mi papá y a usted por todo lo que hacen. Yo sólo quiero que estemos siempre juntos. Como ahora que ha llegado diciembre y todo parece más lindo, la casa, las plantas, las flores y esas ganas de mi papá de hacer todo y de que estemos alegres y contentos.

El niño amaneció alegre y salió corriendo a buscar las mishquilas (chilalo) que había visto el día anterior, cuando había ido a buscar las cabras con Tomás y la Carmen. ¿Pero por qué se apuraba tanto? Es que quería llevar las vasijitas para ponerlas en la mesa del pesebre que había preparado su madre.

Tenía miedo de que alguien encontrara su tesoro. Había visto a otros niños que andaban jugando por ahí.

Nunca había sido mezquino, pero ese día quería comer toda la miel. ¿Será que esto es pecado? Mi mama dice que se debe compartir todo con los hermanos para que Diosito no se enoje. Es la primera vez que tengo ganas de comer todo solito. ¡Hoy no le voy a hacer caso a mi mama!

Unos pájaros pasaron raudamente por su lado y se posaron en un frondoso algarrobo. Estiró la gomera y al mismo tiempo cayó herido un quetubí. Un escalofrío se apoderó del cuerpito de Matías. Levantó a la avecita casi moribunda la sopló, acunó y la puso debajo de su camisa. Todo fue inútil. El animalito murió pese al calor del pecho del niño.

Un ruido en medio de la gramilla lo hizo volver la cabeza estrepitosamente - ¿Quién está ahí? ¿Sos vos Tomás, que me quieres hacer asustar? – Una voz firme y con dulzura le respondió – No soy Tomás. Soy alguien al que no vas a ver, pero quiero que me escuches bien lo que digo. No debes matar a los pajaritos. Ni ser mezquino. ¿Por qué quieres dejar a tus hermanitos sin miel, que a ellos también les gusta?

- Yo siempre les llevo para ellos, pero hoy, no se porque he querido que sea todo para mí. No lo voy a hacer nunca más.

- Si dices que no lo harás, yo te creo porque se que eres un niño bueno y de nobles sentimientos. Se te nota en tu carita dulce.

Ahora corré hasta donde está la miel y encontrarás muchísimas tinajitas. Tené cuidado para no romperlas y llevale a toda tu familia.

- Dígame primero, ¿Quién es usted y por qué no puedo verlo?

- Esta noche cuando sean las doce y se escuchen las campanas de la capillita ahí estaré yo. Apareceré ante vos y sabrás quien soy.

- ¡Ah! entonces es Jesucito, porque Él va a nacer esta noche.

Mi mama ha hecho un pesebre con maderitas, ramitas, chalas y palitos y una hermosa cunita con espinas de vinal y pastito seco. Todo está lindito y vamos a estar muy alegres, porque va a nacer el Niñito. Nosotros le vamos a cantar y bailar y mi papá va a tocar la guitarra.

¿Seguro que va a estar conmigo? No se olvide que yo lo voy a estar esperando. ¡Ah! le voy a regalar la única pelota que tengo. Me la ha dao la Srta. Chichí en la escuela, cuando el último día de clases he leído bien la lectura de la Navidad.

Lucila Soria

lucila_soria@yahoo.com.ar