Ofelia se encontraba en una difícil situación económica. Desesperada decidió tomar medidas extremas. Después de mucho pensarlo decidió venderle el alma al diablo. ¡Si señores!, como lo están oyendo al pie de las palabras, sin quitarles una coma.
Ante esta venta, cualquiera pensaría de inmediato en un cementerio y en ritos en donde se involucraban rezos invocadores al maestro, lo mismo que en el sacrifico de algún pobre gato negro cazado en los alrededores de una caneca de basura de restaurante. No señores, los negocios con el diablo se habían modernizado junto con la globalización de la economía. Lucifer, o como lo quieran llamar había establecido oficinas en todo el orbe y funcionan generalmente en el mismo sitio de las Bolsas de Valores de los diferentes países. Vender el alma al diablo en el siglo XXI era un negocio como negociar acciones o cualquier otro valor financiero por eso el lugar.
Nuestra amiga en mientes logró averiguar el sitio en donde despachaba El Negro de cachos y cola, como cree la gente del común que él se presenta ante sus posibles clientes, dirigiéndose hacia allí a proponerle el negocio de su vida.
Fue recibido de inmediato, pues la eficiencia y la calidad total, enseñada por los japoneses, también tocó las puertas del averno.
Una bella secretaria, noventa, sesenta, noventa, con una sonrisa evidentemente diseñada en uno de los tantos consultorios odontológicos especializados en el ramo, lo invitó a seguir y a tomarse un cafecito, mientras el patrón, que era un hombre muy ocupado, terminaba unos asunticos que lo retendrían unos pocos minuticos.
Después una corta espera, nuestra amiga hecha un atado de nervios y de curiosidad por conocer al tan mencionado personaje, por fin escuchó la orden de pasarla ante él. Le extrañó muchísimo que la hubiera llamado por su nombre de pila, ya que no se lo había dado a nadie. Este detalle la asustó un poco, pero a -¡lo que venimos!-, se dijo tratando de tomar un segundo aire antes de entrar a la oficina, que en su imaginación desbordada por los nervios se le hacía llena de humo y de llamas saliendo por todos los costados de la caliente habitación.
Lucifer resultó ser un hombre lo más de común y corriente:
Más bien bajo de estatura, con calvicie incipiente y de sonrisa encantadora, la oficina elegante y para su sorpresa con el aire acondicionado al máximo haciendo el ambiente más bien frio. Sin preámbulos y sin saludar mandó a sentar a su cliente en una de las sillas al frente del elegante escritorio.
El calvete al frente y también para sorpresa de la bruja, de raza blanca le dijo a Ofelia directamente y sin evasivas lo pertinente al respecto de la visita:
-Mira mujer yo lo sé todo en este mundo y también que vientos lo traen por estos lados. Está en una difícil situación económica y decidió venderme su alma y yo a comprársela, para que lo vaya sabiendo de una vez y no le demos vuelta al asunto-.
Ofelia aterrorizada por la sapiencia del demonio no desató palabra, ni siquiera las piernas le daban para huir de ese lugar como lo pensó por un momento, parecía atornillada a la silla, su voluntad en manos del personaje que tenía al frente.
Lucifer continuó con su discurso sin preocuparse en lo más mínimo de la evidente cara de terror esgrimida por nuestra amiga que alguna forma se tranquilizaba ante la seguridad esgrimida por el personaje que la miraba fijamente, casi sin pestañear.
-Para mí y nuestra empresa un alma en estos momentos está cotizada en la suma de cien millones de dólares y es lo que estamos dispuestos a pagarle de inmediato y en efectivo.
Ofelia al oír mencionar semejante cifra casi dejó de respirar, el corazón se le aceleró a mil y estuvo a punto de desmayarse. El diablo amablemente le pasó un vaso de agua y esperó pacientemente a que se recuperara. El ya estaba acostumbrado a esta reacción de los humanos cuando les mencionaban esas cifras tan normales para él, pero tan exorbitantes para los simples mortales llenos de necesidades monetarias.
-Pero, Ofelia, este negocio obviamente tiene sus condiciones. ¿Pero primero dígame si está dispuesta a correr con las obligaciones que el contrato especifica?
Ante la situación económica de nuestra amiga, y el diablo lo sabía, quien se iba a resistir a esa propuesta, por lo que aceptó cualquier condición, inclusive sin la lectura, de la letra menuda al anverso del libelo, que le fue colocado ante sus ojos para ser firmado de inmediato. Cosa que Ofelia realizó sin ninguna aprehensión y sin detenerse a estudiarlo minuciosamente. A pesar de las advertencias nadie le dedica un tiempo a la letra menuda y por eso después tantas frustraciones y problema, ni siquiera para vender el alma que es un asunto tan delicado.
-Bueno amiga y socia, primero le haremos entrega del dinero, que nuestra secretaria en estos momentos debe estar empacando para entregárselo una vez terminemos nuestra conversación. Nuestras condiciones son estas:
Son las tres de la tarde del día jueves, de mediados de año, se lo dijo en el mismo momento en que miraba un reloj Rolex de oro que llevaba con elegancia en su mano izquierda. Tiene seis meses para gastarse el dinero, el treinta y uno de diciembre del presente año a las doce de la noche personalmente pasaré a recoger su alma que desde ese momento será mi alma sin discusiones de acuerdo al contrato firmado por las parte en este maravilloso día de sol y de alegría para nuestra empresa-.
Ofelia no pudo más que atragantarse con la saliva ante semejante condición.
-Seis meses no más, definitivamente usted está loco, es imposible gastarse ese dinero en tan corto tiempo, ni viviendo cien vidas lo podría hacer a no ser que lo regalara, que según la letra del contrato no se puede en ninguna circunstancia. -
Como nuestro amiga era buena para hacer cuentas calculó que gastándose diez mil dólares mensuales se demoraría ochocientos años en conseguirlo.
Ante los argumentos esgrimidos por Ofelia, Lucifer le enseñó el contrato firmado diciéndole con voz ya no tan zalamera como al principio:
-Eso no es problema mío, contrato es contrato nos vemos en la fecha que le dije a las doce de la noche en punto pasaré por usted esté donde esté y le cuento para evitar problemas, no podrá esconderse de mí para que ni lo intente, ¡queda claro!-.
Ofelia compungida pero a la vez decidida a comenzar una nueva vida se dedicó a tratar de gastarse el dinero. Cosa que como era obvio no logró sino en una mínima parte.
Llegado el treinta uno de Diciembre Ofelia todavía tenía gran parte en su poder, y como es costumbre de las malas pagas había olvidado el pacto con el diablo.
Una revista, que miraba mientras se hacía un tratamiento de belleza en una elegante y cara peluquería del centro de la ciudad, le enseñó en una de sus páginas la figura de un demonio; publicidad de una marca de aceite americano y recordó de inmediato el terrible pacto que debía cumplir ese día a media noche; precisamente cuando todo el mundo se abrazaba para saludar la llegada del nuevo año.
Decidió de inmediato no cumplir con los acuerdos, huiría en su avión particular hacia la selva amazónica y se internaría en la selva en donde el diablo no la encontraría.
Dicho y hecho, hacia las cuatro de la tarde ya estaba en Leticia, ciudad limítrofe de la selva colombiana, brasileña y peruana.
Compró de inmediato varias mulas, amarró en su lomo las grandes maletas en donde cargaba el dinero restante y se internó en la impenetrable selva virgen.
Después de caminar varias horas, hacia los once y cuarenta y cinco de la noche divisó una cabaña. Faltaba un cuarto para las doce y calculó en estar llegando a las doce en punto a ese refugio, en donde era imposible que el diablo lo encontrara.
Al abrir la puerta, frente a un espejo estaba el calvete peinándose las pocas mechas que tenía. Al ver a nuestro amiga le dijo con voz de sorpresa:
! Vaya Ofelia, usted si es cumplida y considerada, me economizó el viaje, me estaba peinando para salir a buscarla!
ARY
Ante esta venta, cualquiera pensaría de inmediato en un cementerio y en ritos en donde se involucraban rezos invocadores al maestro, lo mismo que en el sacrifico de algún pobre gato negro cazado en los alrededores de una caneca de basura de restaurante. No señores, los negocios con el diablo se habían modernizado junto con la globalización de la economía. Lucifer, o como lo quieran llamar había establecido oficinas en todo el orbe y funcionan generalmente en el mismo sitio de las Bolsas de Valores de los diferentes países. Vender el alma al diablo en el siglo XXI era un negocio como negociar acciones o cualquier otro valor financiero por eso el lugar.
Nuestra amiga en mientes logró averiguar el sitio en donde despachaba El Negro de cachos y cola, como cree la gente del común que él se presenta ante sus posibles clientes, dirigiéndose hacia allí a proponerle el negocio de su vida.
Fue recibido de inmediato, pues la eficiencia y la calidad total, enseñada por los japoneses, también tocó las puertas del averno.
Una bella secretaria, noventa, sesenta, noventa, con una sonrisa evidentemente diseñada en uno de los tantos consultorios odontológicos especializados en el ramo, lo invitó a seguir y a tomarse un cafecito, mientras el patrón, que era un hombre muy ocupado, terminaba unos asunticos que lo retendrían unos pocos minuticos.
Después una corta espera, nuestra amiga hecha un atado de nervios y de curiosidad por conocer al tan mencionado personaje, por fin escuchó la orden de pasarla ante él. Le extrañó muchísimo que la hubiera llamado por su nombre de pila, ya que no se lo había dado a nadie. Este detalle la asustó un poco, pero a -¡lo que venimos!-, se dijo tratando de tomar un segundo aire antes de entrar a la oficina, que en su imaginación desbordada por los nervios se le hacía llena de humo y de llamas saliendo por todos los costados de la caliente habitación.
Lucifer resultó ser un hombre lo más de común y corriente:
Más bien bajo de estatura, con calvicie incipiente y de sonrisa encantadora, la oficina elegante y para su sorpresa con el aire acondicionado al máximo haciendo el ambiente más bien frio. Sin preámbulos y sin saludar mandó a sentar a su cliente en una de las sillas al frente del elegante escritorio.
El calvete al frente y también para sorpresa de la bruja, de raza blanca le dijo a Ofelia directamente y sin evasivas lo pertinente al respecto de la visita:
-Mira mujer yo lo sé todo en este mundo y también que vientos lo traen por estos lados. Está en una difícil situación económica y decidió venderme su alma y yo a comprársela, para que lo vaya sabiendo de una vez y no le demos vuelta al asunto-.
Ofelia aterrorizada por la sapiencia del demonio no desató palabra, ni siquiera las piernas le daban para huir de ese lugar como lo pensó por un momento, parecía atornillada a la silla, su voluntad en manos del personaje que tenía al frente.
Lucifer continuó con su discurso sin preocuparse en lo más mínimo de la evidente cara de terror esgrimida por nuestra amiga que alguna forma se tranquilizaba ante la seguridad esgrimida por el personaje que la miraba fijamente, casi sin pestañear.
-Para mí y nuestra empresa un alma en estos momentos está cotizada en la suma de cien millones de dólares y es lo que estamos dispuestos a pagarle de inmediato y en efectivo.
Ofelia al oír mencionar semejante cifra casi dejó de respirar, el corazón se le aceleró a mil y estuvo a punto de desmayarse. El diablo amablemente le pasó un vaso de agua y esperó pacientemente a que se recuperara. El ya estaba acostumbrado a esta reacción de los humanos cuando les mencionaban esas cifras tan normales para él, pero tan exorbitantes para los simples mortales llenos de necesidades monetarias.
-Pero, Ofelia, este negocio obviamente tiene sus condiciones. ¿Pero primero dígame si está dispuesta a correr con las obligaciones que el contrato especifica?
Ante la situación económica de nuestra amiga, y el diablo lo sabía, quien se iba a resistir a esa propuesta, por lo que aceptó cualquier condición, inclusive sin la lectura, de la letra menuda al anverso del libelo, que le fue colocado ante sus ojos para ser firmado de inmediato. Cosa que Ofelia realizó sin ninguna aprehensión y sin detenerse a estudiarlo minuciosamente. A pesar de las advertencias nadie le dedica un tiempo a la letra menuda y por eso después tantas frustraciones y problema, ni siquiera para vender el alma que es un asunto tan delicado.
-Bueno amiga y socia, primero le haremos entrega del dinero, que nuestra secretaria en estos momentos debe estar empacando para entregárselo una vez terminemos nuestra conversación. Nuestras condiciones son estas:
Son las tres de la tarde del día jueves, de mediados de año, se lo dijo en el mismo momento en que miraba un reloj Rolex de oro que llevaba con elegancia en su mano izquierda. Tiene seis meses para gastarse el dinero, el treinta y uno de diciembre del presente año a las doce de la noche personalmente pasaré a recoger su alma que desde ese momento será mi alma sin discusiones de acuerdo al contrato firmado por las parte en este maravilloso día de sol y de alegría para nuestra empresa-.
Ofelia no pudo más que atragantarse con la saliva ante semejante condición.
-Seis meses no más, definitivamente usted está loco, es imposible gastarse ese dinero en tan corto tiempo, ni viviendo cien vidas lo podría hacer a no ser que lo regalara, que según la letra del contrato no se puede en ninguna circunstancia. -
Como nuestro amiga era buena para hacer cuentas calculó que gastándose diez mil dólares mensuales se demoraría ochocientos años en conseguirlo.
Ante los argumentos esgrimidos por Ofelia, Lucifer le enseñó el contrato firmado diciéndole con voz ya no tan zalamera como al principio:
-Eso no es problema mío, contrato es contrato nos vemos en la fecha que le dije a las doce de la noche en punto pasaré por usted esté donde esté y le cuento para evitar problemas, no podrá esconderse de mí para que ni lo intente, ¡queda claro!-.
Ofelia compungida pero a la vez decidida a comenzar una nueva vida se dedicó a tratar de gastarse el dinero. Cosa que como era obvio no logró sino en una mínima parte.
Llegado el treinta uno de Diciembre Ofelia todavía tenía gran parte en su poder, y como es costumbre de las malas pagas había olvidado el pacto con el diablo.
Una revista, que miraba mientras se hacía un tratamiento de belleza en una elegante y cara peluquería del centro de la ciudad, le enseñó en una de sus páginas la figura de un demonio; publicidad de una marca de aceite americano y recordó de inmediato el terrible pacto que debía cumplir ese día a media noche; precisamente cuando todo el mundo se abrazaba para saludar la llegada del nuevo año.
Decidió de inmediato no cumplir con los acuerdos, huiría en su avión particular hacia la selva amazónica y se internaría en la selva en donde el diablo no la encontraría.
Dicho y hecho, hacia las cuatro de la tarde ya estaba en Leticia, ciudad limítrofe de la selva colombiana, brasileña y peruana.
Compró de inmediato varias mulas, amarró en su lomo las grandes maletas en donde cargaba el dinero restante y se internó en la impenetrable selva virgen.
Después de caminar varias horas, hacia los once y cuarenta y cinco de la noche divisó una cabaña. Faltaba un cuarto para las doce y calculó en estar llegando a las doce en punto a ese refugio, en donde era imposible que el diablo lo encontrara.
Al abrir la puerta, frente a un espejo estaba el calvete peinándose las pocas mechas que tenía. Al ver a nuestro amiga le dijo con voz de sorpresa:
! Vaya Ofelia, usted si es cumplida y considerada, me economizó el viaje, me estaba peinando para salir a buscarla!
ARY