31 ago 2009
RENDICIÓN DE CUENTAS
Un elegante y atrevido vestido de seda negra, ampliamente escotado y plegado suavemente sobre los empeines, torna más pronunciado el cenceño delicado de la mujer, ligeramente recostada sobre la baranda de la escalera de mármol que da al jardín. Lleva el pelo oscuro, tirante y partido al medio, rematado sobre la nuca con un moño atravesado por dos punzones de madera.
Con la mirada extraviada en el cercano bosque de pinos fuma atentamente sosteniendo el cigarrillo cerca de la cara. El otro brazo más corto y deforme aferra con sus dedos de niño el borde de la balaustrada.
Una paloma azulada se posa a escasa distancia de la mujer. Tras observar nerviosamente que el entorno no le ofrece mayor interés, reemprende vuelo posándose suavemente sobre el césped cercano. Con serena sonrisa de largas pestañas, acompaña con la vista el corto deslizar del ave, tras lo cual y distraídamente se observa las uñas de la mano sana sobre ambos lados. Frunce el ceño curvando imperceptiblemente los labios como habiendo resuelto un problema.
Una ligera inquietud se refleja en la languidez mórbida de los ojos grises lo que no le impide llenarse voluptuosamente los pulmones con un soplo cálido de la tarde que fenece.
Aplasta sobre el suelo, con doble medio giro de sandalia la colilla amarillenta.
La tarde noche crepuscular recorta la silueta inmóvil de una figura etrusca orlada por el fondo anaranjado de una puesta de sol asombrosa.
Con pasos cortos y silenciosos se le acerca por detrás un hombre relativamente grueso, de aspecto mundano, rostro de colegial, rosado, terso, casi angélico. Viste un impecable traje de ejecutivo, corbata al tono con el nudo torcido, simbólicamente relajado.
Ella presiente la cercanía sin realizar gesto alguno que la delate.
Le rodea con suavidad la cintura y atina un beso en la nuca suavemente perfumada. Responde con desdén el gesto desenlazándose con brusquedad.
- Sabes que me desagrada sobremanera me tomen por sorpresa.
Cojea visiblemente contoneando desmesuradamente los huesos de la pelvis impedida por una pierna más corta que la otra.
Se introduce en una larga galería enganchándose el vestido en el borde de una cómoda. Desde la puerta recorre con atención el suntuoso decorado del salón principal. Se introduce en él con medida lentitud, rozando con el dorso de la mano la refulgencia de una cristalera de roble. A continuación toma asiento en un pequeño banquito y pulsa sobre un enorme piano una deliciosa melodía con un solo dedo.
Él la sigue en silencio guardando prudente distancia.
- Te muestras excesivamente reticente... no entiendo. Sabes que salí por negocios. Buenos y suculentos negocios que nos involucran. Ese ha sido el pacto desde siempre. No entiendo tu actitud despreciativa luego de varios días de ausencia...
Gira la cabeza y lo mira como escrutándolo. Vuelve la vista al piano.
Sin mirarlo susurra entre dientes:
- Es muy cierto…soy tu socia y a los dos nos domina la ambición; pero también soy tu esposa y sé muy bien donde estuviste estos cinco días.
- No sé que quieres decir. Este...me serviré un whisky si me lo permites.
No le contestó, Bajó la tapa del piano, encaminó unos pasos, sacó un cuadro de la pared, lo depositó suavemente sobre el piso accionando luego, un mecanismo cilíndrico. Extrajo de la caja de caudales un revólver y un par de esposas.
Él estaba sirviéndose la bebida inadvertido de los movimientos de la mujer.
Cuando se dio vuelta lo estaba apuntando con absoluta tranquilidad: En una mano el arma y en la inhábil las esposas que pendulaban entrechocándose.
- Siéntate en esa silla, ponte las esposas en los tobillos y luego echa las manos hacia atrás. Nada de trucos. Sabes bien que no me tiembla la mano. Al menor movimiento de resistencia te vuelo los sesos.
- Quédate tranquila…¡tranquila¡. No sé cuales son tus propósitos pero no haré nada que te ofusque.
Tomó en el aire una de las esposas; juiciosamente se las colocó en ambos tobillos previo sentarse en la silla señalada.
- Pon los brazos entre los soportes del respaldo, échalos hacia atrás y quédate quieto.
Le maniató las manos.
- Bien, ahora vamos a resolver nuestros problemas…
Se sienta a horcajadas sobre una silla próxima. Apoya la boca del caño en su sexo. Se entretiene por unos segundos observando la belleza siniestra del arma con la cual roza varias veces la mano muerta.
- Bien…esta situación que entraña nuestras vidas y afecta mi tranquilidad ya ha traspasado los límites de la indiferencia y la convención cortés que hemos acordado y adoptado, sin proponernos rendir cuentas de nuestros actos a nadie incluidos nosotros. Es el mundo que hemos elegido. Sabemos muy bien que nunca nos atrajimos y nuestro “casamiento” es una farsa sustentada en meros intereses bursátiles, asociados para satisfacer exclusivamente nuestra codicia. No tengo por que ocultarlo y siempre me importó muy poco interpretar ese papel sórdido y despreciable que se ha llevado mi vida. Me rechazas en la cama no solamente porque mi presencia mutilada te causa aprehensión sino porque tu verdadera existencia, vacía e indecente, la ocupan otros hombres con los cuales satisfaces deseos desnaturalizados. Pero esto lo vamos a terminar ahora mismo pues entre otras cosas que incumben a mis deformidades, soy objeto de mofa y escarnio por tus extravagancias prostituidas.
- Pe…pero escúchame. Soy conciente de ciertas desprolijidades…Prácticamente me he dedicado a los negocios que es cierto…me han alejado inconvenientemente de ti, pero no puedes hacer un juicio tan tajante acerca de mis inclinaciones, digamos…biológicas.
- No tengo interés en escucharte; soy artífice como tú de este sainete. No eres el único responsable. Que el destino decida quien debe continuar.
- ¿Que arrebato te está consumiendo mujer? No entiendo na…
- No hace falta que entiendas. El juego al que habremos de jugar lo abro yo y pronto comprenderás de qué se trata.
Quitó del cargador cinco balas y dejó una. Las depositó dentro de un cenicero pasándose lentamente el arma delante de la nariz en un vaivén siniestro. Miró a su esposo con curiosidad.
- Creo que nos hace falta un director de escena pero haremos lo mejor que podamos por montar el espectáculo del modo más meritorio.
Un rizo oscuro se deslizó sobre la frente. Grandes gotas de sudor invadieron la cara del hombre cuya palidez se acentuaba ostensiblemente.
- Tu miedo me asombra. ¿Sabes que pienso? Pienso que todos los anhelos y frustraciones que han marcado nuestra existencia mudarán en personajes que justificarán nuestro acto final. Puedo percibir incluso su unidad inexplicable. Nada desde ahora nos pertenecerá a los dos. En mi caso, el juego terminará dramáticamente de un modo u otro, en cambio tú tendrás otra chance, tal el injusto resto de piedad que puedo ofrecerte.
Bien, basta de palabras...
Sonriendo con atildada resignación hizo girar el tambor y se llevó el revólver a la sien. Accionó el gatillo… Nada, sólo un sombrío "clic".
- Bueno… no es mi día de suerte. Ahora veamos qué pasa contigo. Quiero que sepas que desde el primer día sentí asco por ti. No eres un hombre de honor, en cambio sí que cobarde y ruin. Escupió sobre la cara del sometido.
- ¡¡Por favor no lo hagas¡¡ Te cederé todas mis acciones…Me iré con lo puesto y no me volverás a ver. ¡No lo hagas¡ ¡¡Noooo¡¡.
El tambor giró nuevamente y el arma fue apoyada sobre la nuca del hombre…"Clic".
- El diablo te ampara maldito.
Tomó un pañuelo y se secó con precaución el sudor de la frente y la nariz. Deshizo el rodete de pelo azabache que inmediatamente le cubrió desordenadamente los hombros. Los ojos adquirieron un brillo lujurioso. Repitió la operación…
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- Señor oficial, lo único que puedo decirle es que escuché claramente desde el muelle el estampido de dos tiros. Fui corriendo hasta la casa y me encontré con esto… No puedo decirle más nada
Luis Alberto Gontade Orsini