25 ene 2011

SALTO



Ya me tiro.

Nunca pensé que la vista desde aquí fuera tan espectacular. Las luces brillando por todas
partes; blancas, amarillas, algunas rojas, casas, edificios, rótulos, diversas fuentes pero ahora
qué importa.

Negro que intenta apoderarse de todo y esas mismas luces luchando contra su abrumadora
presencia siguen titilando como lo han hecho desde antes las estrellas y la luna tan poderosa y
tan ínfima; es la perspectiva la misma que he perdido.

No recuerdo como llegué hasta aquí. El coche quedó a tres cuadras frente a la casa amarilla.
Quedó inundado de manchas negras el pobre. Sobre el tapete quedan regados cientos de
puntos negros que estaban en el volante. Muchos todavía quedan clavados entre mis uñas.
Tomar la decisión no fue fácil y el tiempo trascurrido me enseñó un nuevo deporte que ya
no más practicaré: arrancar esos puntos del volante que me daban seguridad al asegurar el
volante pero también he perdido la seguridad.

Fue fácil trepar hasta la baranda. No es muy alto, no hay alambrado. Dicen que en otro país se
dieron cuenta que era necesario alejar la baranda de la gente construyendo mallas metálicas
y los más ostentosos y pudientes hasta vidrios pusieron como altas paredes que no dejan que
tus decisiones se hagan realidad. La última decisión.

Nunca antes había pensado en esta posibilidad. No recuerdo haber pronunciado su nombre.
No estaba en la agenda hasta que ella me sacó de su vida y ahora la agenda es inútil y a ella
también la he perdido.

Quien diría si un par de fuertes alas pudieran cambiar el rumbo que voy a tomar. Ellas te
impulsan, te elevan y en caída libre siempre son capaces de recular y alzarte de nuevo pero
ahora solo me espera una línea recta.

Siento el viento como siempre me gustó; acariciando mi cabeza y mis cabellos que siempre
estuvieron libres como las ideas. Las mismas ideas que me confundieron, que me hicieron tan
impulsivo y que no se podían contradecir porque el amor era todo y ahora pienso que también
se ha perdido aunque me dijeron que es posible que nunca lo haya conocido.

Un paso y el viento deja de acariciar. Es un rugido que espanta. El último rugido y el último
espanto.

Las palabras no surgen y los problemas se quedan encerrados para quedarse ahí conmigo fríos
y aplastados como era su destino aunque debieron quedarse arriba en el puente y yo en el
coche de regreso a casa. Casa que ya no es más mi casa porque la he perdido.

Está era una de las salidas. La más cercana, con la puerta entreabierta, era sólo un impulso
y ya del otro lado sin pasar por verle la cara a mi asunto. Ese asunto ahora se quedará en un
párrafo o dos del periódico de mañana para luego envolver la compra del mercado.

Antes de que surja otro pensamiento más, ya es tarde. No hay más tiempo. El impacto es
inevitable lo mismo que la oscuridad que es lo único que he ganado.

luis carlos palazuelos