29 jun 2009
BARQUITOS DE PAPEL
Gran cantidad de hojas secas se recostaban una sobre otra formando una estera crujiente, bajo los consumidos zapatos de Marcel y Flavie.
Todos los días recorrían aquel pueblito en la campiña francesa vendiendo el pan que amasaba su madre.
Cuando terminaban el reparto jugaban en el arroyo, donde Marcel construía los barquitos de papel cartón que flotaban hasta encallar en un puente, donde los recogían para volver a empezar. Antes del anochecer, él la cubría con una capa para proteger sus pulmones enfermos.
Marcel había crecido junto a su madre en un ranchito de adobe, enfrentando la pobreza con un carro y un caballo que les permitía acarrear la leña para el pan. Les alcanzaba para vivir con cierta tranquilidad, sin saber que un año después deberían venderlos ante la llegada de la pequeña Flavie, que enseguida conquistó el cariño de su hermano.
Con el paso el tiempo, un último regalo de la vida, no sólo no pudo nacer sino que se llevó a la madre con él.
Marcel hundía sus manos tironeando el cabello de la muerta pidiendo que volviera, hasta que la quietud se convirtió en desesperante soledad.
El chico encaraba su adolescencia con una responsabilidad demasiado grande, pero lo que nunca dejaba de hacer eran los barquitos de papel.
Una madrugada los despertó un golpe fuerte que abrió la puerta. El filo de las espadas brillaba mientas los dientes marcaban el ritmo del miedo.
Ayudados por un soldado sobrio escaparon. La incertidumbre secó las lágrimas y sin refugio aparecía, como milagrosa alternativa, el campanario de la iglesia.
Antes de las campanadas bajaron hacia la feria, donde la carnicera cuidó a Flavie mientras él buscaba trabajo. Por las noches, junto a las palomas la campana velaba su sueño, difícil de conciliar para él. Una tarde que alargó su contorno, Flavie se abrigó sola y buscó entre las sombras, la escalera del campanario. Aterradoras retumbaron y su hermano no estaba. -¡Los soldados! ¡Vienen los soldados!- Gritaban en la calle.
Detrás de la vanguardia venían, encerrados en una especie de jaula, varios jóvenes y Marcel que chillaba: -¡Volveré Flavie, volveré en uno de los barquitos!- miando hacia la capilla.
…………………
Aquella tarde había invitados en la residencia. Sonó el portero anunciando la llegada de Antonio Pérez Acedo con un amigo.
-Yo atiendo- dijo María Soledad.
Al abrir la puerta ante el desconcierto de Pérez Acedo, la señora y su compañero se abrazaron en silencio.
Ambos temblaban y nunca pudieron explicar porque los dos tuvieron el mismo raro pensamiento.
“Un barquito de papel.”
Graciela Martellotto
22 jun 2009
UN CUENTO ARABE SOBRE LA AMISTAD
-¿Qué clase de personas hay aquí?
El anciano le pregunta:
"¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes?"
-"Oh, un grupo de egoístas y malvados" replicó el joven.-
"Estoy encantado de haberme ido de allí.
"A lo cual el anciano comentó:
"Lo mismo habrás de encontrar aquí.
"Ese mismo día, otro joven se acercó a beber agua al oasis, y viendo alanciano, preguntó:
-"¿Qué clase de personas viven en este lugar?
"El viejo respondió con la misma pregunta:
"¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde tú vienes?"
-"Un magnífico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias, meduele mucho haberlos dejado."
"Lo mismo encontrarás tú aquí", respondió el anciano.
Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:
-"¿Cómo es posible dar dos respuestas tan diferentes a la misma pregunta?A lo cuál el viejo contestó:
"Cada uno lleva en su corazón el medio ambiente donde vive. Aquél que no encontró nada bueno en los lugares donde estuvo no podrá encontrar otra cosaaquí. Aquél que encontró amigos allá podrá encontrar amigos acá.
(desconozco la fuente)
leer
21 jun 2009
A LA VOZ DE UN POETA…
Los poetas, somos un mundo psiquiátrico por descifrar. Vivimos con pasión el hoy y el ahora para escribir, lo que los hombres honrados, honestos y castos, sueñan. Nuestro espíritu oscila, como cuando nuestros cuerpos refluyen, entre los infiernos y los paraísos; nuestros pensamientos medusianos, hacen indescifrables a estas relaciones, cual crucigramas de última generación o como las ecuaciones quánticas, que rigen a las leyes del amor.
Me encanta cabalgar pegasos multicolores, como el sabor mutante de los besos, cuando se ajustan al absurdo de las circunstancias, o a la temperatura de las estaciones. Me encantaría contactar a una cibernauta, que navegue como las esporas a la deriva; rescatarla del desasosiego de la red, permitiéndole chatear a sus fantasías y desaparecer cuando lo desee, como esas mariposas que nos arrebata el viento, de las manos de nuestras miradas; porque el azar, también es despiadado con las ilusiones. Los amores virtuales, son casi siempre absurdos; nacen del rescatar hacia la realidad, a un fantasma, a una timidez que evita enfrentar o rebuscar oportunidades, en su realidad inmediata; es como rescatar un sueño, en un mar de aguas oscuras, gélidas y turbulentas; siempre será como apuntar vendados hacia un blanco móvil; o como acertar en una lotería con 12 dígitos; sin embargo, los márgenes de error en la carrera espacial son tan mínimos, que cada día es más fácil encontrar una aguja en un pajar o hacer pasar a un camello, por el hueco de una aguja.
Me encantan las mujeres que aún conservan, la magia del aromático pachulí sobre sus pieles; las que nos seducen con su olor a Chanel o con el escalofrío ansioso, de sus feromonas. Escribo para una cofradía de románticos en extinción; para esas parejas que parecen haber sido talladas, el uno por el otro; que encajan en todo, como fichas de rompecabezas, sin importar que sean de 1000 piezas; estos “amores puzzles”, muchas veces sobreviven, con fichas prestadas de otros juegos; o simplemente basta que falte una ficha, para que se vea siempre imperfecto. El amor: Siempre nos exigirá una entrega del 100%, para una relación perfecta. La vida siempre nos ofrecerá, un abanico de horizontes, con el despertar de cada aurora; pero las leyes de las probabilidades, se tienen que ajustar a la voluntad y actitudes, de nuestros corazones. Existen tantos submundos, como universos en las personas, que hasta yo mismo me desconozco y me avergüenzo, cuando me irrito. La demencia no es más, que una alternativa para ajustarnos a la vida. No sé cual liberación es menos traumática: La muerte natural o el suicidio. El amor siempre será el ancla más segura, para aferrarnos a la vida; así sea, una vidorria murte para muchos. Las tentaciones siempre intentarán arrastrarnos, hacia el fango; como la belleza que engalana y encandila, a algunas pérfidas felonas o infieles por necedad. Eres de esas enamoradas insensibles, de corazón congelado, que observan con apatía, al holocausto de sus amantes. La vida solo te sonreirá, hasta el día cuando comience a enajenarse tu belleza; porque el tiempo es inmisericordioso, con la soberbia, con las petulantes que vivieron convencidas, que antes o después de ellas, no existía nadie…que veían a las personas, como un tapete rojo para sus pasos…
La vida siempre será un rosario de absurdos, en un mar de opciones. No todo son aciertos, porque no todo, es válido en ella. Es imposible ignorar en nuestro canto, al rigor de las adversidades; de esas experiencias dolorosas o la demencial violencia que nos acecha, como la sombra de una fiera cazadora. La palabra, más que pisar los callos de la corrupción, debe desinfectar con una esponjilla acerada, las llagas ulceradas de esas pústulas, que carcomen la moral y lo sano que aún sobrevive; solo así, se les puede estropear el festín, a los murtes depredadores.
Mi vida ha sido un mar de absurdos, de gritos y besos. Le escribo al amor, a esa amante invisible, que redime mis esperanzas y me lanza siempre, un salvavidas oportunamente, para que no vuelva a caer en el absurdo precipicio, de la soberbia oscuridad; esa altivez insolente que nos hace arrogantes y petulantes, como esos maricones que ríen o hablan duro en los salones, exposiciones o en cualquier lugar publico, para atraer las miradas hacia ellos y sentirse menos insignificantes, entre la penumbra y la lobreguez, de esas reuniones circenses.
Estoy cansado de sobrevivir con quimeras. Solo la vanidad se disfraza de carnaval, para intentar fugarse de la muerte o evadir el asedio de la realidad, que intenta confrontarla, frente a los paradigmáticos arquetipos. Solo los versos pudieron impedir, que la parca me sedujera y ese amor sin fronteras de mis hijos, que sentí aferrado a mis piernas. Hay días en los que pienso, que los ciegos ven más claro y perciben mejor a la vida, que nosotros los videntes…simplemente porque aprecian y desarrollan más, sus otros sentidos…como envidio la memoria, de mi amigo Samuel Serrano, cuando nos recitaba estrofas memorizadas, de casi 500 poemas…jamás tendré como agradecerle, estas palabras: “Cediel, usted no sabe leer…usted no ha leído…”. Desde ese día, orientó mis lecturas y autores…me enseñó a leer con el alma…a degustar la exquisitez de las metáforas de los buenos autores…luego Mafla…Quessep…Roca…Orozco…mi inolvidable Maria Mechitas…la biblioteca y la fonoteca de la Casa de Poesía Silva… ¡Tantas voces!...¡Cuantas horas he disfrutado, descubriendo y escuchando, los cantos de los grandes maestros…de enamorados de la palabra…la música de la poesía, en idiomas que desconozco…
Me siento cansado de recibir hachazos o que poden mis ideas, como árboles viejos; no quiero que el fuego sea mi destino, ni que mi carne se transforme en papel higiénico…Quiero morir con honor, como las ceibas centenarias. No quiero evaporarme, como los recuerdos de mi padre…ni de esa humana y luchadora social, como fue mi madre…no voy a medirle con resignación, los pasos al tiempo. Quiero morir como un reloj, estrenando pila. No quiero arrastrar con dolor, el peso de mi cuerpo, ni los de mis recuerdos.
Mi vida, ha sido desgarradoramente conmovedora y cómica; me he divertido y he sufrido, lo in imaginado. Me he odiado y hasta le tomé aversión, a todo mi mundo; también, he aprendido a amarme.
Quiero que se fascinen y se conmuevan, cuando les comparta con pasión mi vivencidiario; el llanto y las pisadas de mis silencios y de esos miedos, que nos hunden como anclas, en los laberintos neptunianos, de las incertidumbres. He gozado de las llamas y de pieles ruinosas, de hembras y de mujeres de museo, que bien podrían generar escalofrío; mi corazón cuando siente hambre, simplemente rebusca en su agenda, que es como una alacena de viandas. Sé que se espían, con cierta morbosidad mis textos…sin considerar, que solo he escrito para divertirlos y gozarme las palabras; nada me importa, si intentan arrancarles la piel o tapiarlas, por considerarlas como los escombros, de un alma crujiente y vagabunda. Ya no me interesa gritar victorias, ni dinamitar al sosiego de los apáticos; ni incendiar el cielo o bajarle la temperatura al infierno. Quiero dejar una luz encendida, con algunos pedazos de mi corazón o un buen libro, para que sea como un faro y evitar, que encallen otros, contra las fauces o los colmillos de los corales. Creo en la iluminación de la yerba y de la buena bohemia; creo en la sabiduría de la mierda, que hablan los filósofos de la vida…
Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel
hectorcediel@gmail.com hcediel1@hotmail.com
2008-02-15
EL ENCUENTRO DEL CAZADOR
Relevamiento Histórico de la creación del Barrio “El Cazador” en Buenos Aires, Argentina.
Por Daniel Pratt
I
LA GUERRA
El silbato del tren lo sobresaltó, había entrecerrado los ojos por un momento y como siempre las imágenes de la guerra se colaban en sus retinas.
Garibaldi era un buen hombre, y como a tantos lo había seducido en su lejana Calabria..., (¿Cómo estaría su Angelina?, ¿Sabría ella cuánto la amaba todavía?) ...para seguirlo en aquella lucha sin futuro...
Los primeros días fueron bellos, el uniforme, tan distinto a su ropa de campesino, los caballos, la música marcial; y el fusil, reluciente y con aquel inconfundible olor a aceite. Después vino la muerte, el dolor la suciedad de la guerra y sus miserias…
“¡Levantasi muchachi que la cuatro sun, e lo federali son veni a Cordun!” cantaban los sargentos en las mañanas heladas para mandarlos al combate y a la muerte. Pero fue cuando Luiggi murió en sus brazos que todo cambió.
Huir de los gritos de la muerte, del hambre y del horror era ya lo único que le importaba, los trapos sucios que lo cubrían ya ni recordaban su uniforme, por eso nadie sospechó que era un desertor cuando se embarcó en aquel buque.
Nunca había visto un barco a vapor tan enorme, al principio dudo entre partir o volver a Angelina; pero comprendió que si volvía a Calabria, sus antiguos camaradas lo encontrarían, y sin dudas lo fusilarían por cobarde… debía irse ya, y con lo puesto, antes que los Federales o sus compañeros lo encontraran.
II
EL MAR
Los días en el barco fueron terribles, el hacinamiento, la mugre y el duro trabajo para pagar el pasaje se parecían demasiado a la guerra y no lo dejaban olvidarla, pero por lo menos estaba la brisa del mar que le llenaba sus pulmones y su alma.
Argentina. ¿Cómo sería aquel país a donde iba?, su amigo Luiggi le contó de los campos sin fin, del mar verde que seguía hasta el horizonte, todo pasto y vacas, ¿sería así?, ¿habría trabajo para él?, solo tenía sus brazos y sus armas (también las de Luiggi, que antes de morir se las había entregado, haciéndolo jurar que no se las dejaría al enemigo), aunque no quería ser otra vez soldado podría cazar con ellas, como le había propuesto el catalán mentiroso que compartía su camarote.
“Los cueros se pagan con oro”, le había dicho. Y si había animales él sabría muy bien como usar sus armas para hacerse con ellos, y quien sabe, hasta podría ahorrar lo suficiente para traer a su Angelina (¿lo esperaría todavía?), de todas formas el tenía que ver con sus ojos aquellas tierras de las que se decía que se podía andar toda una semana a caballo sin ver una sola montaña…
III
EL TREN
Hotel de los Inmigrantes se llamaba el lugar donde lo pusieron ni bien desembarcó, luego vino ese empleado del Gobierno preguntando sus señas… tuvo que mentir, quien sabe si del consulado no lo rastrearían para mandarlo al paredón, por eso dió el nombre de uno de sus antiguos camaradas muertos que no tenía familia.
El hotel tenía unos pasajeros de lo más variopintos, había allí gente de todas partes, rusos, españoles, turcos, árabes, franceses, polacos y desde luego, italianos como él; tuvo suerte ya que en el pabellón donde lo alojaron le tocó un compañero genovés; un muchacho lleno de proyectos que quería establecerse y “hacer L`América” como decían entonces.
Fue él quien le contó que una tal viuda de Cruz, estanciera y mujer de fortuna tenía ganas de fundar un pueblo alrededor del parador del tren llamado Escobar, este muchacho de apellido Spadaccini soñaba con tener un gran hotel de lujo en aquellos lares. Lo escuchaba con fascinación hablar de aquella tierra que pronto se poblaría y que tenía hermosos ríos y un clima benigno.
Por eso, de todos los rumbos para elegir, decidió seguir a aquel muchacho hacia ese lugar.
No podía creer la belleza de esa tierra tan plana, tan sin rocas, tan cálida luego de frío helado de la guerra. El traqueteo del tren lo fue adormeciendo hasta que escuchó el silbato.
IV
LA CAÑADA DE ESCOBAR
El tren a vapor se detuvo con estrépito, Pietro Ghia, tal su verdadero nombre; descendió del tren con sus herramientas, sus armas y su soledad.
El genovés le propuso hacer noche en una tienda de campaña, ya que en aquel sitio el pueblo era solo un proyecto y no había más que campo y algunas casas perdidas en él.
Esa noche durmió por primera vez en mucho tiempo en paz, sin el eco de los cañones en su sueño, y al alba, cuando despertó, supo que, definitivamente, aquel era su lugar en la tierra.
Luego de tomar un té hirviente y de encargarle al peón del parador sus pertenencias, fueron a ver a un tal Lisandro Medina, quien, según supieron, era el encargado de vender los terrenos de la viuda. El hombre los recibió amablemente y les indico que hasta el remate de las tierras deberían hablar la señora Eugenia. Caminando bajo el sol de la mañana llegaron al casco de la estancia de Cruz, donde los recibió una mujer menuda, pausada y de ojos vivaces e inteligentes… “Eugenia Tapia es mi nombre y son bienvenidos” les dijo. Enseguida, el parlanchín genovés le explico su proyecto y la mujer sonreía encantada, mientras por momentos observaba al acompañante con gesto preocupado. “Vengo de una guerra” contesto a sus preguntas, y la discreta mujer no insistió.
El genovés trató de convencerlo de que fuera su socio, pero Pietro ya tenia un destino: Había oído a la señora Tapia decir que en los barrancos del río Luján un niño bien quería construir una destilería de alcohol y estaba contratando gente, y hacia allí fue con su bolsa y sus armas.
No pudo encontrar trabajo. El dueño del complejo no quería ex soldados en su destilería y mucho menos si eran calabreses, salió de la oficina y miró hacia el este… el reflejo del sol en el río, el aire puro y un deseo de conocer la rivera lo llevo hasta la orilla. Se enamoró de aquel lugar y supo íntimamente que ya no lo dejaría.
V
EL CAZADOR
Trabajó sin descanso, día y noche; hasta que construyó una cabaña en un recodo del Luján.
La abundancia de animales (lobitos de río, nutrias, carpinchos, patos y tantos, tantos otros) le hacía la vida fácil y tranquila. Comerciaba activamente los cueros con un tal Tossio, un compatriota que tenía los campos pegados a la destilería de la alta chimenea, por otra parte, su amigo genovés ya estaba construyendo su famoso hotel, y, a cambio de carne fresca de venado, lo proveía de sal, ropas, pólvora y las herramientas que necesitaba.
Sin embargo, fuera de la sociedad que mantenía con el estanciero y su amigo, se mantenía hosco y apartado de la gente, cosa que fue haciéndose más notoria con los años.
“Por ahí anda el cazador” decían los peones de la destilería, que a falta de conocer su nombre, lo bautizaron así, sin mucho esfuerzo.
Su figura se hizo conocida y hasta quizás temida. Pronto se conoció a aquel lugar como La cañada del cazador o las tierras del cazador. Pero fue cuando los peones que, a fuerza de pala estaban construyendo el canal desde la destilería al río, que supieron quien era realmente aquel misterioso cazador...
Un grito se oyó cuando una de las hermosas muchachas de miriñaque que acompañaban al señorito de la destilería se vio, de pronto y frente a frente con un yaguareté. Una sombra armada con un puñal fue lo que detuvo a la bestia, tras él la figura de Pietro se hizo conocida. Muchas veces había espiado desde los árboles el lago artificial de la fábrica, donde el atildado dueño navegaba con su barquito a vela dejando boquiabiertas a las niñas de la sociedad. Ellas le recordaban a su Angelina y muchas veces se había retirado a su cabaña con una lágrima en su mejilla ante el recuerdo doloroso de su amor ausente.
“Hombre noble y valiente” comenzó a decir la gente de él, y aunque muchas veces intentaron que viviera en el poblado, siempre prefirió su rincón del río.
Así los años fueron pasando y él fue envejeciendo.
VI
LA LEYENDA
Un crepúsculo como nunca antes había visto teñía de rojo violento el horizonte mientras Pietro recogía los pescados que el río generoso le ofrecía. Sus cansados huesos ya no tenían la fortaleza de antaño, ni sus manos la pericia con la red.
Un fuerte dolor en el pecho lo enderezó de golpe..., pasó; “me voy a sentar un rato a descansar” pensó mientras apoyaba su encorvada espalda contra un aliso de la orilla.
Pronto una rara bruma fue cubriendo el paisaje conocido, desdibujándolo y haciéndolo distinto... Creyó entonces estar en las trincheras con su amigo Luiggi y su sonrisa luminosa, escuchando los acordes de la música marcial, creyó reconocer también entre la bruma a su madre, que tanto lloró al verlo partir a la guerra. Le pareció volver a percibir el aroma de las laderas floridas de las montañas de su lejana Italia y el perfume de…
Una voz se escuchó allí cerca, que lo llamaba dulcemente… “Angelina”, pensó girando la cabeza con esfuerzo, con aquel dolor que ya estaba cediendo.
Entre la bruma vio venir a su amada, con aquella falda floreada con la que la viera por última vez, cuando partió a caballo tras Garibaldi.
Estaba tan hermosa y joven como entonces cuando tendió su mano hacia ella y descubrió que él también era otra vez joven y deseaba seguirla hacia aquella luz que brillaba en el monte.
El cuerpo de Pietro se deslizó suavemente hacia el agua y se sumergió justo un segundo antes de que desapareciera el último rayo de sol.
El río, en su eterno fluir hacia el mar se lo llevó lejos y nadie supo nunca más de él.
Así nació la leyenda.
Daniel Pratt
UNA SANDALIA EN LA NIEVE
La ducha helada la reconfortó, al salir, se envolvió en un inmenso toallón , cepillo sus cabellos y los recogió descuidadamente .Tomó el misterioso perfume que todos elogiaban , lo vaporizó delante de su cuerpo desnudo y camino hacia él, envolviendo sutilmente todo su cuerpo, (secreto de la abuela René) ,El espejo constató que estaba perfecta, hasta le pareció sentir aquella caricia en su cuello,_ Es solo un sueño, Raúl se fue de mi vida, hoy se cumplen cuatro años_ Pensó con tristeza
Regresó al pasado, La tarde en que a ella se le ocurrió salir con los mellizos _ Amor, voy a comprar algunos regalos _Espera _ Le respondió él _, termino con estos papeles y los llevo, los pequeños son traviesos y no me gusta que manejes, solo por seguridad_ Pero Stefania no le prestó atención, acomodó a los niños en el asiento trasero del auto y salió, al cruzar una bocacalle, otro vehiculo que venia de contramano la arrastró varios metros, ella salió despedida hacia el exterior del rodado pues no llevaba puesto el cinturón de seguridad, pero los pequeños quedaron encerrados en esa trampa mortal , una llamarada, la explosión y después,………….. Nada.
En el neuropsiquiátrico la ayudaron a reponerse, pero no a olvidar…………….Lo mismo pasó con Raúl., discusiones y reproches hicieron insostenible la situación. El se marchó a España, no hubo cartas ni llamadas telefónicas, Estefania sabía su paradero por sus suegros, pero dejó pasar el tiempo sin hacer nada.
Enojada salió al jardín, cortó una rosa y se dirigió a la fiesta. Al entrar sus amigos la rodearon, ella sonrió tomando una copa de champaña,. hacía calor, las voces le llegaban cada vez más lejanas. Una mano se posó en su hombro,_¿Bailamos?,_ era Julián su enamorado de siempre, un ser especial que la escuchaba sin pedir nada a cambio, ella asintió y se encaminaron a la glorieta, se dejó llevar por la música, hasta permitió un abrazo demasiado familiar.
Una ráfaga de viento helado la volvió a la realidad . Sintió como su compañero la abrigaba, levantó los ojos para darle las gracias pero………. Allí solo estaban ella y Raúl y la nieve que caía incesantemente. Sintió sus besos Lugo los brazos levantándola para cruzar el umbral de la casa y depositarla en la alfombra junto a la leñera, _Que borracha estoy_ pensó , pero todo era demasiado hermoso, sus cuerpos reconociéndose, vibrando, amándose.
El viento golpeó lo postigos del enorme ventanal de la sala, que se abrieron provocando un ruido seco, Raúl se incorporó para cerrarlos.-¿Cuánto tiempo pasó?
Un rayo de sol lastimó sus ojos, era de día, estaba en su habitación, se había dormido vestida, _¡ borracha!_ volvió a murmura disgustada. Se desvistió, pero al quitarse las sandalia, comprobó que solo tenía una, buscó la otra bajo la cama, no estaba, sus ojos recorrieron la habitación, una prenda oscura cubría el tapete, como para despertar su atención, pero estaba muy enojada como para investigar, así se quedó dormida.
Cuatro horas después sonó el teléfono, levantó el tuvo, una voz querida la volvió a la realidad_ Mi amor, fue una noche maravillosa, sobre mi almohada olvidaste la rosa roja y desde el ventanal me saludó tu sandalia sobre la nieve. Tomo el primer avión que sale para Argentina, te amo_
Estefania se levantó de un salto, sobre el tapete, el sobretodo con el que Raúl la había protegido del frío también la saludaba………………………….
20 jun 2009
Ivana y Mimí
El amor de un pre adolescente y su iniciación amorosa en una época oscura y terrible.
1976 – Ivana y Mimí
Por aquella época todo me parecía raro y maravilloso, el mundo era un lugar fascinante e inexplorado que comenzaba dificultosamente a transitar con la pesada carga de estar solo contra todo y contra todos.
En el colegio me sentía muy bien, los profesores no se animaban a salir de sus casas y la cosa se ponía cada vez mas oscura, los militares ocupaban todos los espacios, con una presencia ominosa que no veíamos o no queríamos ver, pero que estaba ineludiblemente allí... la gente solo “desaparecía” simplemente...
Pero allí estaban las seis horas libres al día con su promesa de diversión, charlas intimas, cigarrillos libres en el baño “del fondo”; los nuevos, los que había mandado hacer Gigena, y que tenían esos azulejos que hoy me traen tantos y tan gratos recuerdos, con sus flores amarillas que añoro tanto...
Fué por esos días que con el “Pato” Manrique y el “Gato” Retta conocimos a Mimí, ella rondaba los treinta y era aun muy guapa, idéntica a una de nuestras compañeras, Ivana, de la cual ya por aquel entonces estaba yo perdidamente enamorado con aquel amor entre infantil y adolescente que dolía tanto por las noches, claro que la rusa no me registraba, como creo que no registraba a nadie, por esa mezcla de carácter taciturno y una niñez que le costaba terminar a pesar de tener catorce.
Mimí era un sol para los tres y nos enseño todo lo que un hombre debe saber frente a una mujer sin ropas, recuerdo que no podía dejar de visitarla... a cualquier hora... casi todos los días... era una atracción entre enfermiza y una explosión de hormonas que el sexo exacerbaba de manera brutal.
Ella me recibía siempre, aun cuando a veces estaba acompañada, creo que en su sabiduría de experta en lujuria intuía que en realidad yo no le hacia el amor a ella, sino a la rusita que ocupaba mis relatos de almohada...
Me miraba con los ojos brillantes y celestes cuando todo estaba en calma, y yo me ahogaba con un cigarrillo que no sabia fumar, contándole como estaba perdido por aquella rubiecita de rulos, huraña y esquiva, tan infantil quizá como yo mismo lo era.
Mimí me acariciaba despacito mientras pensaba, quizá, en cuanta suerte tenía aquella niña que se le parecía y que, sin saberlo, despertaba aquellos arrebatos de pasión.
Una vez, una noche en que no pude contenerme y fui a verla bastante tarde, luego de hacer el amor noté que lloraba... en mi inexperiencia juvenil supuse que le había hecho daño de algún modo y le pedí disculpas... ella simplemente me miro en silencio y rompió en un llanto tan profundo como doloroso.... en mi inocencia solo atiné a abrazarla torpemente y sufrir con ella.... luego de un rato me pidió que me fuera.
Esos días en la escuela estuve muy mal, cada vez que veía a Ivana no podía dejar de asociarla con Mimí y automáticamente pensaba en ella... fui varias veces a su departamento y colándome por el patio, golpeaba la ventana de su cuarto una y otra vez pero nada.
No estaba.
..............................
Recuerdo que un viernes a la tarde vino Pato a casa, y entre agitado y extrañado me dijo que Mimí quería verme, y ya... volando me calcé aquellas Adidas blancas de tiras rojas que mi vieja me había comprado el año anterior, y que por falta de uso estaban casi nuevas.
Llegue a su casa y estaba esperándome con aquel vestido floreado que tanto me gustaba, fumando pensativa en el dintel de la puerta.
Lo que hablamos esa tarde me lo guardo solo para mi, fue la conversación mas dulce y romántica que nunca jamas volví a tener y en la cual aprendí mucho sobre el amor y el dolor, sobre la entrega incondicional y la angustia, fue vivir una vida a los catorce y algo que me cambio para siempre.... Después hicimos el amor como nunca antes lo había hecho y viví sensaciones como jamas he vuelto a vivir, me despidió con el único beso en la boca que me dió en todo el tiempo que estuve cerca de ella, y me regaló una navaja roja que yo siempre le había admirado y que tenía sobre su mesa de luz, la que aún hoy conservo como el regalo mas entrañable de aquella dulce época.
Aun recuerdo su mirada cuando doble la esquina camino a casa.
..............................
Nunca mas volví a verla ni a saber de ella.
La busque y pregunte pero todo fue inútil...
Ahora solo vive en mis recuerdos.
Por Daniel Pratt
elviajero7@gmail.com
ATAQUE FELINO
- Es que estamos arriba de la pelota.- Me respondió Porrón, reafirmando mi justificación ante la desaparición de Hijo de la Nada.
- ¿Pero tú lo viste?
- Seguro que lo vi.
- ¿Y escuchaste lo que dijo?
- Todito…Libro de la luna, la negación de la herramienta: bla-bla-bla…vola’ de copete…Tú te curaste, imaginaste que Pelter se tiraba a la gorda y me obligaste a creer que era cierto, ahora estoy aquí, imaginando a viejos huevones que hablan de hombres-lobo.
- Espera, esto no es mi culpa. ¿Y que tal si tú eres el borracho que me proyecta visiones de viejos filósofos apocalípticos?
- Para eso tendría que tener poderes.
- ¿Y quien dice que no los tienes?
La tenue luz azul de las 5:00 de la mañana dejó ver la silueta de un hombre parado en la esquina que interceptaba a la recoleta. Al acercarnos, grande fue nuestra sorpresa, se trataba de Pelter.
Pelter nos habló de su experiencia sexual en el local, contó que se fueron al baño del personal, el se sentó desnudo en la taza del baño, y ella se subió bruscamente sobre él, lo que causó que el excusado se quebrara, dando origen a una insólita inundación en el local. Extrañamente, destacó Pelter, Karina parecía estar más interesada en llegar a la hora para practicar un juego de bridge con unas amigas a las que llamaba “Las Simpáticas” que en tener sexo desenfrenado mientras se inundaba todo en un tsunami gasfiteriano, así que se desentendió de la inundación y huyó.
- ¿Qué hacemos?- Pregunté.
- Son las 5:00 de la mañana, hace frío, aún está oscuro, estamos medios borrachos…mmmm…Podemos ir a mí casa.- Dijo Nariz de porrón.
Caminamos por oscuras y malolientes callejuelas llenas de putas y cogoteros. Luego el paisaje se vio más despejado. Una gran avenida cubierta de luz azul. El frío nos helaba los huesos y ya no se veía a nadie. Caminamos unos 15 minutos y luego al final de la calle vimos una densa y espesa neblina oscura. No tenía ganas de seguir caminando hacia ella y se lo hice saber a Porrón, pero él supo distraerme de la manera adecuada en que el miedo se aleja y la valentía anima el paso.
Poco a poco fuimos adentrándonos en dicha neblina, Porrón comenzó a reír, pregunté por que, y él aseguró que la risa alejaba a los demonios del amanecer, esos que se dejan caer entre las tres y las cinco de la mañana.
Llegó el momento en que ya no podíamos distinguirnos las caras, ni por muy cerca que estuviésemos. La neblina era tan espesa que Porrón, quien había caminado borracho cientos de veces por aquellas calles, no podía saber hacia donde ir.
Al atravesar la neblina, notamos con extrañeza, que estaba más oscuro de lo que debiese. Miré la hora y me di cuenta que eran las tres de la mañana…La hora en que habíamos salido del bar. Tal vez no estamos aquí todavía…
… La calle por la que caminábamos se topaba con una larga escalera que subía por un cerro lleno de casas en palafitos, los árboles comenzaron repentinamente a mecerse con el viento sur. Pelter estaba nervioso, señalo con el dedo una extraña sombra en el primer descanso de la escalera a unos cien metros de donde estábamos. – La vista te engaña mi amigo.- Dijo Porrón, comenzando a subir la escalera– ¿O prefieres quedarte a pasar la noche aquí?
- La noche hubiese sido más corta en el lugar donde nos encontrábamos.- Dijo Pelter.- Antes de comenzar a subir él también. Al llegar arriba dimos con una única calle que se perdía en línea recta hacia la luna en mitad del horizonte. Caminamos media cuadra infestada de cucarachas y olor a desagüe. Allí había un pasaje. – Aquí es. – Dijo nariz de Porrón y abrió la reja, entramos y avanzamos hasta la última casa del fondo, volvió a recurrir a su manojo de llaves y lo más silenciosamente posible giró la llave en la puerta y nos dejó entrar, advirtiéndonos que no encendiéramos la luz. Tropecé inmediatamente con alguien que estaba envuelto en un saco de dormir tirado en el piso. – Con cuidado, en el suelo, siempre hay gente que se viene a quedar- Dijo Porrón. Sorteamos los cuerpos con dificultad. Susurrando nuestro anfitrión nos señaló la habitación del fondo. Entramos, había dos camas, nos sentamos. Yo me saqué los zapatos, sentía que me latían los pies. Porrón se acostó en una de las camas. Entre la poca luz que había decidíamos con Pelter como enfrentaríamos el acostarnos juntos. Para mi no era problema, pero al parecer a él le complicaba, probablemente siempre acababa teniendo sexo con cualquier cosa que tuviese agujeros y respirase. Finalmente lo decidimos uno apoyaría su cabeza en la cabecera y el otro a lo pies de la cama. El problema sería aguantarnos mutuamente el olor a pies. No lo pensamos más, el cansancio nos venció.
Habían pasado unos diez minutos. Me llamaba la atención la capacidad de Pelter de poder conciliar el sueño entre los ronquidos de Porrón. Me mantenía en un extraño estado de transposición del sueño, la habitación comenzaba a girar lentamente, tenía la sensación de estar en un bote sobre el vaivén de las olas, pronto llegué a ver la ventana que estaba hacia mis espaldas. Cuantas vueltas daría en este misterioso carrusel nocturno antes de poder conciliar el sueño. Cansado, inmóvil y sin poder dormir dando vueltas en el segundero de la noche , apretando los ojos pero viendo la habitación, era acaso que mis parpados se habían vuelto tan transparentes que mis ojos los atravesaban.
Tercera vuelta, girando en la habitación, vuelvo a ver la ventana pero esta vez una sombra felina se dibujaba al contraluz. La cama continuó girando lentamente y cuando estuve a espaldas de la ventana sentí un horrible chillido, traté de gritar para despertar del maldito estado de transposición, volví a ver la ventana pero la sombra del felino ya no estaba, la cama se detuvo y apareció un flash rojo. A continuación pude abrir mis ojos. Un sueño, debe haber sido un sueño. Me traté de auto-convencer. Sin embargo tenía vista hacia la ventana y antes de acostarme estaba a mis espaldas. Me levante un poco y miré hacia mis pies, vi a Pelter dormido, de pronto una pata con filosas garras apareció desde los pies de la cama y araño el rostro de Pelter quien continúo durmiendo sin inmutarse, asustado me tapé con el cobertor y silenciosamente movía la pierna de Pelter para despertarlo. Sentía el corazón latiendo a mil e intentaba silenciar mi agitada respiración. Me estaba empezando a calmar, permanecía inmóvil y sin querer destaparme la cara, aguantaba el asqueroso olor de los pies de Pelter. ¿Estará bien Pelter con aquel arañazo? Me descubrí lentamente y entonces lo pude ver, estaba enganchado en la cortina de la ventana con sus filosas garras, volviendo la cabeza hacia atrás y dejando ver sus ojos rojos, brillantes, sus dientes afilados, era blanco con rayas negras y grandes y puntiagudas orejas, el gato más horrible que había visto en mi vida. No pude aguantar el miedo y un alarido se soltó de mi boca, al instante Pelter despertó y encendió rápidamente la lámpara del velador. Porrón se abalanzó hacia la puerta cerrándola de golpe. - ¡No dejes que salga! – Gritó. El horrible ser gruño y se lanzó al piso, Porrón se subió rápidamente a la cama. Se había metido bajo mi cama, comenzó a chillar y a hacerla temblar. Sus afiladas garras atravesaron el colchón hacia arriba y el rabioso monstruo se abrió paso por el agujero lanzándose hacia Pelter, mordió salvajemente su yugular y un chorro de sangre saltó manchando el cielo de la habitación. Porrón me gritó que escapara. Mientras el felino devoraba el cuello de Pelter, salté por la ventana incrustándome un par de vidrios en los brazos y cayendo hacia unos matorrales. Me levanté para mirar por la ventana a ver si Porrón lograba zafarse de alguna manera de la bestia, pero vi como el horrible felino rasgaba brutalmente el estomago de Porrón dejando ver sus entrañas. Esto no era un gato, son las plagas, las plagas extraterrestres, lo supe en ese momento… Y en esa fracción de segundo en que este pensamiento surcó mi cabeza el gato pareció escucharlo, me miró con sus ojos rojos y se lanzó impactando sus colmillos en mi cabeza. Mi instintiva reacción fue subir las manos y agarrarlo fuertemente del tronco. Sabía que el casco de mi cabeza era lo suficientemente duró para soportar la mordida, ya había soportado la de un perro o un lobo… ya no lo sabía…Pero si lo mantenía mordiendo mi cabeza no podría morder mi cuello.
Perdí el equilibrio y caí de espaldas, rodé cerro abajo entre los matorrales con el gato mordiéndome el casco. Repentinamente entre tantos golpes el gato se soltó y no supe a donde fue a parar. Seguí rodando golpeándome entre filosas piedras y rasguñándome con las ramas de los árboles, me protegía la cabeza con los brazos prefería quebrarme los brazos a quebrarme el cráneo con alguna roca. Finalmente llegué abajo cayendo de rodillas. No podía moverme, mi cuerpo estaba completamente quebrado.
Cristian Villanueva